Ayer fueron las elecciones en Cataluña, anteayer los refugiados sirios, la semana pasada el último de los casos de corrupción, el mes pasado algún crimen especialmente truculento y de abundantes detalles morbosos, el año pasado alguna catástrofe aérea, marítima o terrestre. Vivimos la realidad a golpes de titular en los medios, pero esa realidad suele permanecer -generalmente invariable- cuando los medios han agotado el filón informativo: en Cataluña la situación política continúa estancada a la vista de los resultados, sobre la corrupción ya no extraña saber que se han descubierto nuevas cuentas en otros paraísos fiscales a nombre de los mismos corruptos, la violencia irracional generalizada en guerras extranjeras -y en escenarios que hoy ya no son protagonistas- continúa, las catástrofes se suceden, tapando en los medios cada una de ellas la anterior. Pero, por ejemplo, a más de cinco años del terremoto de Haití, más de 100.000 personas sigen viviendo en carpas, sólo un tercio de los 12.000 millones de dólares de ayuda comprometida por otros países ha sido hecha realidad y los casos de cólera se han multiplicado por la dificultad de la población en algo tan elemental como el acceso al agua potable.
Y se diría que si por algún milagro o coincidencia cósmica algo de todo ésto experimentara una evolución favorable no sería noticia y no nos enteraríamos; es sabido que para los medios, una buena noticia no es noticia, y que todavía es posible hacer enfadar a un profesional de los medios si le pedimos una definición de noticia, como afirma Lorenzo Gomis en su Teoría de los géneros periodísticos. Hay incluso quien afirma que todo ello pertenece a una política secreta y global para mantener a la población atemorizada (y con ello más dócil); pues lo mismo.
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