La ONU estima que la guerra civil en Siria ocasiona sufrimiento
extremo a seis millones de niños; no es una noticia de hoy, es de Agosto
de 2013, hace dos años, casi tres años después de iniciarse el
conflicto armado. Ya en esa fecha un millón de niños habían abandonado Siria con sus familias -aunque
muchos lo hicieron solos- para refugiarse en alguno de los países
vecinos. En Septiembre de 2013 los EE.UU. pospusieron una
intervención militar internacional inminente con la promesa por parte
del gobierno sirio de la entrega de su arsenal químico -utilizado anteriormente en
varias ocasiones contra la población civil- y que finalmente tampoco se
cumplió en su totalidad; se admitía así implícitamente que las masacres
por medios tradicionales podían continuar (http://epistolariocontingente.blogspot.com.es/2013/08/el-fondo-y-la-forma.html). Y así fué: la violencia de la guerra continuó aumentando
y las denuncias de asesinatos en masa de civiles -sin excluir a mujeres
y niños- por parte de ambos
bandos continuaron siendo repetidas y frecuentes, ahora ya mediante ejecuciones, bombardeos indiscriminados, o a cuchillo. Mientras, intereses geopolíticos, estratégicos y económicos han hecho que los bandos en conflicto se aseguren sus
respectivos apoyos internacionales, lo que imposibilita prácticamente
una solución efectiva al conflicto.
Hoy, la imagen del cuerpecillo sin vida de Aylan Kurdi, su tragedia y la de su familia intentando desesperadamente huir del horror de la guerra, han hecho que algunos dirigentes europeos de países que se enfrentan a una parte menor de ese éxodo -la mayoría huyeron a Turquía, Líbano e Irak- se den golpes de pecho, como si acabaran de enterarse de la magnitud del problema al ver el cuerpo de un niño ahogado. Y como cabe suponerles puntualmente informados desde hace tiempo del desarrollo y consecuencias del conflicto en Siria, debemos concluir que tampoco para ésto nos sirven, ya sea por hipocresía, por egoísmo o por incapacidad.
Hoy, la imagen del cuerpecillo sin vida de Aylan Kurdi, su tragedia y la de su familia intentando desesperadamente huir del horror de la guerra, han hecho que algunos dirigentes europeos de países que se enfrentan a una parte menor de ese éxodo -la mayoría huyeron a Turquía, Líbano e Irak- se den golpes de pecho, como si acabaran de enterarse de la magnitud del problema al ver el cuerpo de un niño ahogado. Y como cabe suponerles puntualmente informados desde hace tiempo del desarrollo y consecuencias del conflicto en Siria, debemos concluir que tampoco para ésto nos sirven, ya sea por hipocresía, por egoísmo o por incapacidad.
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