Estando básicamente de acuerdo con lo expuesto ayer por Fernando Savater ayer en El País (Abortos y otras malformaciones), no puedo dejar de estar en desacuerdo con su conclusión final: creo que en una sociedad laica las leyes no están para distinguir -ni eficazmente ni de ninguna otra forma- entre delitos y pecados, si no para distinguir entre lo legal o lo ilegal, entre lo que es delito y lo que no lo es. Delitos y pecados podrán coincidir, o no, dependiendo de las normas de conducta individual derivadas de creencias religiosas o morales, pero eso no incumbe a las leyes, que son de obligado cumplimiento para todos, ateos, agnósticos o creyentes. Eso es lo que yo creo que distingue a un Estado laico de un Estado teocrático, por ejemplo, de aquellos países donde la Sharia es, a la vez que cuerpo de derecho islámico, Ley civil. O como fué este país durante mucho tiempo, donde las herejías eran delito de Estado y viceversa. Y los lemas a favor o en contra de la existencia de Dios en autobuses no tienen nada que ver con todo esto, salvo que confirman que en esta sociedad existe la suficiente libertad para expresar opiniones que seguramente no estarían permitidas en un Estado teocrático.
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