Creo que todos hemos pronunciado frases de la que más tarde nos hemos arrepentido. Todos nos equivocamos. Todos hemos hecho el ridículo más espantoso alguna vez, con y sin justificación posible. Y también comprendo que de los políticos, oficio en el que la prudencia en las manifestaciones debido al ejercicio de un cargo público se ve a menudo superada por la necesidad de hablar casi de continuo, no todo lo que digan merezca ser esculpido en piedra. Casi nada, para ser exactos. Pero leyendo la supuesta transcripción de las conversaciones grabadas con permiso judicial entre Francisco Camps y Alvaro Pérez -alias "El Bigotes"- y publicadas ayer, he sentido un repentino y brutal ataque de vergüenza ajena. Después de ñoñadas del estilo amiguito del alma, te quiero, ¿muchos años?, no, toda tu vida, etc., que parecen pertenecer a ese tipo de diálogos tontorrones entre enamorados, para remate, hay una frase que dirige Camps al señor Pérez -y no al contrario- que me ha dejado anonadado: Bueno, yo quiero que nos veamos con tranquilidad para hablar de lo nuestro... que es muy bonito. Sin palabras. Sea lo que sea "lo suyo".
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