Son éstos tiempos propicios a la reflexión, aunque sólo sea porque el ser humano tiende a llenar el vacío, como un gas el recipiente que lo contiene (ahora entiendo algo mejor a los que padecen pena de cárcel); así resulta que cuanto más restricciones en cuanto a estímulos externos, más se empeñan mis sinapsis en interconectarese a su libre albedrío a poco que me detenga, como revisándolo, sobre algún aspecto de algo que siempre está ahí, como el dinosaurio de Monterroso: la vida. Y pensando sobre los culpables de la pandemia que nos tienen sitiados, las divagaciones y cierta información sobre los virus -esos entes submicroscópicos- finalmente he concluído insospechados -bueno, no tan insospechados- paralelismos entre los seres humanos y los virus.
Los virus están formados con los más pequeños trozos de material genético, ADN ó ARN, el mismo material del que estamos formados todos los seres vivos; aunque debido a su tamaño nanoscópico el hombre conozca algo sobre los virus desde hace poco más de un siglo, seguramente lleven en este mundo desde siempre, es probable que sean el origen de la propia vida y actualmente son, con diferencia, el tipo de entidad biológica más abundante en este planeta; siempre han sido vistos por nosotros como entes peligrosos y malvados porque su vida se basa en parasitar la nuestra y la de todos los organismos celulares pero, en realidad, su actuación responde a la necesidad primaria de todos los seres vivos: reproducirse; además, conforme al estado actual de la ciencia, los virus son un elemento imprescindible en la transferencia genética horizontal para los genes de todos los seres vivos y fundamentales, por tanto, para coadyudar a la diversidad genética que garantiza la pervivencia de las distintas especies. En resumen, son parte de la vida tal como la conocemos.
Convivimos con virus que nos resultan inocuos y con otros que nos producen enfermedades, de éstos últimos unos pocos pueden resultar mortales porque nuestro sistema inmunitario resulta sorprendido y carece de defensa específica contra ellos, como ocurre con la reciente pandemia debida a la CoVid19. Pero (y aquí viene lo interesante): Los avances en la caracterización de los virus a nivel molecular sugieren que los virus coevolucionan con sus organismos huéspedes debido a que los virus son parásitos intracelulares extremos y, por lo tanto, requieren de la supervivencia del huésped para poder asegurar su propia supervivencia; cuando un virus se multiplica en su huésped natural, tiende a no causar una enfermedad en él, o causar una enfermedad leve y limitada en la mayoría de los casos. Varios de los virus conocidos producen enfermedades graves solo cuando infectan organismos diferentes de sus huéspedes naturales. Lo anterior sugiere que buena parte de los virus asociados con la producción de enfermedades son virus que están en proceso de adaptación a un nuevo tipo de huésped y que, una vez lograda ésta, la estrategia del virus consistirá en perpetuarse y propagarse sin afectar al organismo huésped. Es decir, los virus se aseguran su perpetuación asegurando simultáneamente la vida del huésped que les es necesario para su supervivencia; lo contrario es puramente accidental y no cabe achacarlo a una malignidad viral característica.
Los virus son, ya lo hemos dicho, vida elemental, sólo material genético que persigue su supervivencia sin nada que pudiéramos llamar, ni siquiera, instinto; y aquí viene el prometido paralelismo: ¿cuanto más dañina y virulenta no está resultando ser la especie humana -dueña de la naturaleza cercana, dotada de capacidades excelentes y de un cerebro pensante- con su huésped natural, la Tierra, a la que está en trance de destruir, asegurando con ello su propia destrucción?
Es lo que tiene estar tanto tiempo pensado: acabas concluyendo lo evidente.
Los virus están formados con los más pequeños trozos de material genético, ADN ó ARN, el mismo material del que estamos formados todos los seres vivos; aunque debido a su tamaño nanoscópico el hombre conozca algo sobre los virus desde hace poco más de un siglo, seguramente lleven en este mundo desde siempre, es probable que sean el origen de la propia vida y actualmente son, con diferencia, el tipo de entidad biológica más abundante en este planeta; siempre han sido vistos por nosotros como entes peligrosos y malvados porque su vida se basa en parasitar la nuestra y la de todos los organismos celulares pero, en realidad, su actuación responde a la necesidad primaria de todos los seres vivos: reproducirse; además, conforme al estado actual de la ciencia, los virus son un elemento imprescindible en la transferencia genética horizontal para los genes de todos los seres vivos y fundamentales, por tanto, para coadyudar a la diversidad genética que garantiza la pervivencia de las distintas especies. En resumen, son parte de la vida tal como la conocemos.
Convivimos con virus que nos resultan inocuos y con otros que nos producen enfermedades, de éstos últimos unos pocos pueden resultar mortales porque nuestro sistema inmunitario resulta sorprendido y carece de defensa específica contra ellos, como ocurre con la reciente pandemia debida a la CoVid19. Pero (y aquí viene lo interesante): Los avances en la caracterización de los virus a nivel molecular sugieren que los virus coevolucionan con sus organismos huéspedes debido a que los virus son parásitos intracelulares extremos y, por lo tanto, requieren de la supervivencia del huésped para poder asegurar su propia supervivencia; cuando un virus se multiplica en su huésped natural, tiende a no causar una enfermedad en él, o causar una enfermedad leve y limitada en la mayoría de los casos. Varios de los virus conocidos producen enfermedades graves solo cuando infectan organismos diferentes de sus huéspedes naturales. Lo anterior sugiere que buena parte de los virus asociados con la producción de enfermedades son virus que están en proceso de adaptación a un nuevo tipo de huésped y que, una vez lograda ésta, la estrategia del virus consistirá en perpetuarse y propagarse sin afectar al organismo huésped. Es decir, los virus se aseguran su perpetuación asegurando simultáneamente la vida del huésped que les es necesario para su supervivencia; lo contrario es puramente accidental y no cabe achacarlo a una malignidad viral característica.
Los virus son, ya lo hemos dicho, vida elemental, sólo material genético que persigue su supervivencia sin nada que pudiéramos llamar, ni siquiera, instinto; y aquí viene el prometido paralelismo: ¿cuanto más dañina y virulenta no está resultando ser la especie humana -dueña de la naturaleza cercana, dotada de capacidades excelentes y de un cerebro pensante- con su huésped natural, la Tierra, a la que está en trance de destruir, asegurando con ello su propia destrucción?
Es lo que tiene estar tanto tiempo pensado: acabas concluyendo lo evidente.
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