Hay quien opina que el verdadero mal de Unidas Podemos es la gran cantidad de politólogos -o asimilados- que configuran sus cuadros dirigentes; no creo que sea ese su principal problema ni es malo en sí mismo que haya muchos en UP analizando políticamente la problemática del país, pero si todo lo que pueden ofrecer a la ciudadanía es el análisis aséptico de un fracaso renovado -que, acercándonos algo a la realidad, lo milagroso es que no sea un fracaso absoluto-, yo les sugeriría que montaran una empresa consultora para asesorar a otros partidos políticos y marcarles la estrategia, ya que, al parecer, lo que no han aprendido todavía es a aplicarla en la práctica y a sí mismos; debe ser agotador el trabajo de mantener un semillero permanente de nuevos Frentes Populares Judaicos que tienen, como efecto inmediato, la subdivisión perpetua de la izquierda (cumpliendo, casi al pie de la letra, los planes que de siempre -seguramente desde el 15-M y el subsiguiente surgimiento de Podemos- ha tenido el gran capital mediante sus ejecutores políticos; por el bien de España y su estabilidad, dicen ellos).
Por cierto, la transversalidad, eso que algunos de los mencionados gurús de la politología se empeñaron en hacernos creer que era un producto del movimiento 15-M, resulta que ya no mola (a pesar de que, en su día, se desarrollaron auténticas tesis al respecto); alguno de sus inventores ha regresado, finalmente, a las supuestamente obsoletas clasificaciones de izquierda y derecha que, incluso conceptualmente, parecen seguir teniendo una significación más universal que el moderno y transversal arriba y abajo, que siempre me recordaba la magnífica serie británica; además de que, realmente, no aportaba mucho a lo expresado ya por Gramsci en Oprimidos y opresores, (artículo escrito en 1910) en el que, entre otras cosas éste decía: puesto que los privilegios y las diferencias sociales son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse; tampoco es que se haya inventado nada sustancial al respecto desde Espartaco, creo. Y, después de todo, la transversalidad como análisis sociopolítico coincide básicamente con las denominaciones tradicionales si aplicamos un simple giro de 90º (a la derecha), con lo cual los ricos de arriba quedan situados en la derecha y los pobres de abajo, en la izquierda, como siempre. Y ésto sin necesidad de ningún artilugio teórico ni de dar la turra a menudo nostálgica y/o artificial; no conozco a ningún tranversalista que lo explique mejor que la simplicidad con que lo hace, por ejemplo, Ken Loach en sus películas; lo entiende todo el mundo: los oprimidos a la izquierda y los opresores -y sus lacayos- a la derecha.
Por cierto, la transversalidad, eso que algunos de los mencionados gurús de la politología se empeñaron en hacernos creer que era un producto del movimiento 15-M, resulta que ya no mola (a pesar de que, en su día, se desarrollaron auténticas tesis al respecto); alguno de sus inventores ha regresado, finalmente, a las supuestamente obsoletas clasificaciones de izquierda y derecha que, incluso conceptualmente, parecen seguir teniendo una significación más universal que el moderno y transversal arriba y abajo, que siempre me recordaba la magnífica serie británica; además de que, realmente, no aportaba mucho a lo expresado ya por Gramsci en Oprimidos y opresores, (artículo escrito en 1910) en el que, entre otras cosas éste decía: puesto que los privilegios y las diferencias sociales son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse; tampoco es que se haya inventado nada sustancial al respecto desde Espartaco, creo. Y, después de todo, la transversalidad como análisis sociopolítico coincide básicamente con las denominaciones tradicionales si aplicamos un simple giro de 90º (a la derecha), con lo cual los ricos de arriba quedan situados en la derecha y los pobres de abajo, en la izquierda, como siempre. Y ésto sin necesidad de ningún artilugio teórico ni de dar la turra a menudo nostálgica y/o artificial; no conozco a ningún tranversalista que lo explique mejor que la simplicidad con que lo hace, por ejemplo, Ken Loach en sus películas; lo entiende todo el mundo: los oprimidos a la izquierda y los opresores -y sus lacayos- a la derecha.
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