sábado, 11 de mayo de 2019

Sin comparación

Parece ser que el propio Alfredo Pérez Rubalcaba mencionaba que los españoles enterramos muy bien, refiriéndose a ese rasgo idiosincrásico tan español de ponderar y elogiar al muerto (seguramente para compensar lo injustamente mal que se le trató en vida); según Jardiel Poncela los muertos, por mal que lo hayan hecho, siempre salen a hombros (en un símil taurino que no sé yo si ahora será generalmente entendido, dado el declive de la afición taurómaca). En el caso de quien fué vicepresidente y titular de varios ministerios en distintos gobiernos de este país, hay que decir que los elogios a su personalidad y trayectoria son, en su mayoría, merecidos (porque habiendo sido hombre de Estado, con seguridad existirán sombras); y ello sin necesidad de abundar en la comparación de su inteligencia y capacidad con las de las figuras del actual panorama político español, porque ya se sabe que la comparaciones siempre son odiosas, especialmente para los que salen malparados de ellas. Y, en este sentido, me parece que nada mejor que las palabras de un sempiterno adversario político, Mariano Rajoy, para servir de homenaje y reconocimiento: Con su marcha, la vida pública española perdió quilates de brillantez; Alfredo Pérez Rubalcaba respondía a un modelo de político ahora en desuso: ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate cortoplacista. Sabía mirar más allá del próximo cuarto de hora y contaba con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de un enemigo artificial contra el que legitimarse. Tal vez por ello fue un adversario admirable, que nos obligó a dar lo mejor de nosotros en cada momento.
Sinceramente, nunca creí que citaría a Mariano Rajoy como no fuera para utilizarlo de base en algún chiste, chascarrillo o escarnio utilizando algunos de los momentos en los que daba lo mejor de sí mismo aunque Rubalcaba no le obligara; va a ser cierto que en todos y cada uno de nosotros puede hallarse algo bueno. Seguramente ésto también sea una consecuencia  Rubalcaba  de efectos retardados e imprevistos: la inteligencia -incluso la de los que ya no están, pero dejaron su ejemplo- no es que mejore las cosas, pero las hace algo más entendibles. Además de que lo de alguien vendrá que bueno me hará se cumple con una precisión matemática escalofriante.
En todo caso, habría que ver el gesto de Rubalcaban en su cara de judío ropavejero -según Xabier Arzalluz- y su media sonrisa al oír ciertos elogios a su persona, provinientes de según quién. En fin, que sí, que al menos en lo de enterrar continuamos destacados. Y, en todo caso, los que quedamos vivos, deberíamos aplicarnos -tanto por prudencia como por pura previsión- la frase de Diógenes Laercio: De mortuis nihil nisi bonum (de los muertos no debe decirse nada que no sea bueno); ni críticas ni alabanzas les afectan (ni pueden reaccionar a ellas).

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