Que la lengua -el idioma- es importantísimo parece evidente; sin esa herramienta fundamental no podríamos ni pensar. Gran parte de la clase política, en su empeño de mantener a la ciudadanía confundida para poder manejarla a su gusto no cesa, sin embargo, de inventar a diario eufemismos que disfracen la realidad hasta trasladarla a un universo paralelo; la definición del diccionario para eufemismo como manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante parece ser demasiado restrictiva para ellos, o bien piensan que la realidad tal cual es demasiado cruda para todos nosotros y nos la alivian traduciéndola a su neolengua. No es de ahora, claro, ya en 1949 Orwell opinaba que el lenguaje y los escritos
políticos son ante todo una defensa de lo indefendible, y que los políticos recurren de continuo a eufemismos, peticiones de
principio y vaguedades oscuras para evitar argumentos demasiado
brutales a oídos de los ciudadanos; de hecho, el núcleo de su tenebrosa distopía, 1984, se basa precisamente en esa perversión permanente del significado de las palabras para lograr un mundo donde la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza, y hasta existe un Ministerio de la Verdad para crearla sobre la marcha y a medida de los intereses de los gobernantes. Un mundo no tan distante de éste en el que nos van introduciendo a golpes de manipulación mediática, como advierte hace tiempo Noam Chomsky.
Es cierto que, a veces, la lengua se rebela y, sin ningún esfuerzo -recurriendo al traductor automático de Google- se venga: en la presente feria internacional de turismo -FITUR- el Ayuntamiento de Santander se ha hecho famoso porque en su afán de poner en siete idiomas su página de turismo ha traducido Centro Botín como Centro de Saqueo. Justicia poética, lo llamaría alguien.
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