domingo, 26 de marzo de 2017

Livinio IV

Que no, que dice Livinio IV que no abandona su palacio, ese dúplex de casi 700 metros cuadrados en el que reside tan gustoso y del que no paga ni el alquiler, ni el agua, ni la luz -que ya ésto último por sí solo resulta un auténtico momio- ni tampoco el servicio de seguridad que comparte con los tapices de Goya. Porque Livinio Stuyck, aunque fué destituído -destronado- en 2002 como director regente de la Real Fábrica de Tapices que quebró bajo su dirección -mientras él se dedicaba a actividades reales tales como jugar al tenis, los empleados de la Fábrica estuvieron varios meses sin cobrar su nómina- y que tuvo que ser rescatada con dinero público en 1996, ha continuado viviendo en palacio, en su casa de toda la vida (en ella reside desde los años 40, con anterioridad,  la Real Fábrica que era propiedad real desde 1889, fué incautada durante  un breve período de tiempo por el gobierno de la República). Pensará que si la iglesia católica, por ejemplo, tiene derecho a exenciones -y que el resto de ciudadanos contribuyamos con nuestros impuestos a su sostenimiento- él, como descendiente de una dinastía que lleva en éste país casi tanto como los Borbones no tiene menos derechos que ellos, al menos a residencia gratuíta (quizá estime que se lo deben), y así a declarado su intención de resisitir numantinamente: que vengan, no les voy a entregar las llaves. Seguramente sabe que legalmente no tiene ninguna opción, pero tal como está la justicia en éste país, es muy probable que con su resistencia se garantice otros veinte años de okupa; pensará también que si ha vivido así durante 71 años, seguro que lo puede estirar un poco más, es decir, toda su vida. Y los descendientes que se busquen los garbanzos.
Decididamente, y aunque ya no se venda mucho el eslógan, España es diferente, es cierto: lo que aquí ocurre no es probable que ocurra en ninguno de los países occidentales y avanzados a cuyo grupo creemos pertenecer,  por mucho que nos lo repitamos -o nos lo repitan- como un mantra; seguimos arrastrando rémoras prerevolucionarias (me refiero a la Revolución Francesa). A tres cuartos de siglo de la muerte de Manuel Azaña, su idea de un Estado Español republicano, laicomoderno sigue siendo no ya moderna, sino casi utópica.

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