Creía yo -nunca se termina de aprender- que esto de estar sin gobierno no sería tan grave: siempre hay quien recuerda que en Bélgica estuvieron así año y medio y sus cifras económicas mejoraron; nada dicen de otras cifras, aunque imagino que seguirían más o menos como antes o después.
Y digo creía porque aunque yo ya sospechaba que nuestro temperamento e idiosincrasia no son muy belgas -tal y como yo supongo que son, por lo que dicen- y por tanto, que alguno de los líderes políticos se pondría nervioso rápidamente de tanto practicar un dontancredismo prolongado -no es el caso de Mariano Rajoy, evidentemente- derivado de su falta de costumbre en dialogar y pactar en profundidad con otras fuerzas políticas -y no de forma precocinada como llevamos observando cuarenta años- resulta que sus bluffs (engaños, desilusiones, fanfarronadas, baladronadas, jactancias, apariencias, bravatas y faroles son sinónimos aceptados) nos los desayunamos, comemos y cenamos todos los días casi en vivo y en directo: los medios de comunicación, a falta de verdaderas noticias que llevarse -perdón, llevarnos- a la boca, nos cuentan varias versiones de cada uno de los chismes, cotorreos, suposiciones y anécdotas ocurridas a diario entre los líderes políticos que, a falta -igualmente- de verdadero diálogo entre ellos, lo hacen por medios interpuestos -casi como un guiñol- de tal manera que la hartura de la ciudadanía ante el cotidiano espectáculo de la incapacidad y bajura de miras de la clase política en la actual coyuntura está comenzando a llegar a límites preocupantes. Y no me sorprendería que en unas hipotéticas futuras elecciones -que cada vez son menos hipotéticas, a la vista de lo dicho- los que declináramos fuéramos la ciudadanía en su conjunto, por ver si eso suponía un revulsivo para la clase política de éste país. Por lo menos pasaríamos un rato divertido, viendo el estupor en sus caras mientras buscaban en el artículo tal apartado cual de algún Reglamento Constitucional, alguna pista sobre que hacer en tan incómodo supuesto.
Aunque la primera acepción del diccionario de la RAE nos dice que declinar significa rechazar cortesmente una invitación, también significa decaer, menguar, ir perdiendo en salud, inteligencia, riqueza, lozanía, etc. así como caminar o aproximarse a su fin y término. Que así estamos ya muchos, declinando y declinados; lozanos pocos.