Parece que la Gran Coalición avanza imparable, por sus pasos contados y preestablecidos. Sin ser excesivamente dado a teorías conspiranoicas -y estaría justificado que lo fuera, las tramas de corrupción de éste país, por ejemplo, exceden con creces mi imaginación natural- todo apunta a que esa solución que tanto gusta al gran capital y a Europa -así, en cursiva y en abstracto, no entremos en detalles- puede que incluso date de antes de las elecciones generales del pasado Diciembre, cuando ya las encuestas preveían el fin cierto del bipartidismo en España. En ese escenario previsto, puede -y ya digo que soy de imaginación limitada- que PP y PSOE escenificaran una puesta en escena que incluiría un aparentemente tenso y agrio debate entre ambos -con la palabra indecente espetada por Pedro Sánchez a Mariano Rajoy- lentitud, apatía, declinaciones y posteriores estériles debates de investidura -en cuya fase nos encontramos ahora- incluídos, para acabar en un apuntalamiento muto bajo el amparo y amistoso abrazo del líder salvador y supercentrado, el Suárez 2.0 de ésta nueva Transición, Albert Rivera; todo ello, naturalmente, con harto dolor de ambos -PP y PSOE, algo menos de Ciudadanos- pero ofreciendo su sacrificio partidario y particular por el bien general, el bien de España, aunque continuara sin estar claro que eso coincidiera con el bien de los españoles, sobre todo por su falta de generalidad.
Reitero que aún poseyendo una imaginación limitada, éste modelo es el que mejor explica la situación política de éste país actualmente, así como los detalles aparentemente inexplicables y/o contradictorios que conocemos a diario. En ciencia es ley que una hipótesis es tanto más verosímil cuanto más secilla es. Y describir lo anterior me ha costado sólo unas líneas.
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