Como muchos, yo esperaba más bien poco de la valentía e
inteligencia políticas del señor Rajoy, pero no por ello la constatación
deja de ser desasosegante. La frase "yo no puedo decirles otra cosa sino que son falsas sus acusaciones, son falsas sus medias verdades y son falsas las interpretaciones de la media docena de verdades que emplea como cobertura
de sus falsedades" con que nos ilustró el señor presidente del
gobierno refiriéndose al señor Bárcenas en su versión de los hechos
-que no en la exposición de la verdad- me suena a una reedición de aquél "todo es falso
salvo alguna cosa".
Porque las acusaciones son
ciertas, ciertísimas -otra cosa es que sean verídicas y/o veraces-, es
imposible que medias verdades sean falsas -como mucho serán semifalsas-,
y que además, juzgue falsas las interpretaciones de seis de verdades
-que incluso él debe reconocer como tales- ya roza los chusco porque,
por supuesto, no se ha dignado aclarar cuales eran esas verdades y
esas interpretaciones. Sí, todo sigue siendo falso, y las explicaciones también.
El señor
Rajoy, y sus citas acotadas, nos amenaza incluso con la vuelta al
fascismo o al estalinismo si decidimos invertir la carga de la
prueba para tener que demostrar la inocencia: lo cierto es que es mucho más preocupante una justicia en la que, aquí y ahora, a menudo
es notoria la falta de independencia y una ineficacia que muchas
veces sospecho que es buscada, que por una vuelta a los años treinta. A
los que, por otra parte, en materia social, ya estamos llegando, sin
necesidad de fascismos o estalinismos.
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