Es asunto conocido lo muchísimo que mejoramos todos los
españoles al morir: basta con que nos despidamos definitivamente para que
casi todos comiencen a añorar nuestra presencia; los panegíricos son una
de las pocas ocasiones en que los españoles solemos ser generosos,
aparentemente, con nosotros mismos. Aunque a veces nos pasamos: ni tanto
(muertos) ni tan calvo (en vida), que diría un castizo.
La señora alcaldesa de Madrid, Ana
Botella, rememora en El País -supongo que el texto sea original y no
alguno de sus cuentos infantiles reeditado- la figura de Mercedes de la
Merced, recientemente fallecida, texto por el que hemos podido conocer
que ésta era -entre otras cosas, todas ellas positivas- un espíritu libre,
sincera y amiga de sus amigos (que digo yo que tampoco esto último
parece algo a destacar: sólo los espíritus beatíficos -además de libres-
son amigos de sus enemigos). Si no regalaba halagos y sabía escuchar,
como también nos informa la señora
Botella, supongo que no le importaría a Mercedes de la Merced que
recodáramos de ella -sin ánimo de molestar y antes de que ascienda
definitivamente a los cielos- precisamente, algunas de sus amistades
como, por ejemplo, el que fué también como ella concejal del
Ayuntamiento de Madrid por el PP: Angel Matanzo (que llegó a presentarse
como candidato a la alcaldía de Madrid por el partido ultraderechista
Unidad Nacional), su estrecha amistad con los hermanos Giménez-Reyna
(los de Gescartera) o sus útiles amistades con Rodrigo Rato y Miguel
Blesa que le sirvieron para ocupar un puesto en el Consejo de
Administración de Caja Madrid, así como su estrecha amistad con José
María Aznar, siendo consejera de la Fundación FAES. Amistades la mayoría
de ellas peligrosas, lo cual podría ser un mérito suyo más y
seguramente prueba de su autonomía de pensamiento, su sinceridad
castellana, su claridad, su empatía, y su experiencia. De lo último, sobre
todo.
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