Cuentan que en la antigua China llegó un momento en que los
dragones se extinguieron dada la proliferación de matadores de dragones a causa de las sustanciosas recompensas que
pueblos y ciudades ofrecían para librarse de ellos. Ante aquella crítica
situación, se reunieron todos los matadragones en un congreso y
decidieron que la única salida de futuro para su profesión se hallaba en
la creación de escuelas de matadragones: dedicarse a la enseñanza del oficio y de
los muy especiales conocimientos sobre dragones y las formas de acabar
con ellos.
Algo parecido ha debido pensar el presidente de la Conferencia
Episcopal española, Rouco Varela, que ante la escasez de vocaciones
sacerdotales en nuestro país, y concretamente, en el arzobispado de
Madrid, ha decidido que es conveniente que se formen sacerdotes en los
complejos y muy especiales rituales necesarios para practicar
exorcismos y conjurar al demonio. Que haya otros demonios menos míticos y
más cercanos y peligrosos para todos como puedan ser el capitalismo
salvaje, el paro, la pobreza, los deshaucios o el hambre no parece que sean de su competencia, ni creo que esté considerando como
exorcizarlos.