martes, 17 de abril de 2012

Un capricho real

 I

Un tonto nunca se recupera de un éxito, dicen que dijo -o escribió- Oscar Wilde. Si hacemos caso a las tesis oficiales, el actual Jefe del Estado español tuvo un papel decisivo en desactivar el intento golpista de 1982, en nuestra recién instalada democracia. Hoy, treinta años después, el rey continua con su tarea fundamental de asistencia a eventos nacionales e internacionales y de recitado monocorde de la declaración de buenas intenciones dirigida a todos los españoles en fechas señaladas, mostrando en la última de Navidad su preocupación por el hecho de que la mitad de los jóvenes en España estén sin trabajo, o demandando ejemplaridad en la conducta de los cargos públicos, por ejemplo.
Al parecer, esa actividad declarativa -que no practicante, ni en sí, ni en su familia- es suficiente para que los españoles debamos también continuar considerando como imprescindible y garante de la estabilidad política del país a la institución monárquica, y tolerar caprichos como que él mismo, con 74 años y evidentes limitaciones físicas,  decida ir  a ¡cazar elefantes a Botswana!, y que debamos tomárnoslo como una chiquillada de Borbón mal acostumbrado, aunque ya algo talludito para chiquilladas.
Y todo ello con independencia de la legítima curiosidad de todos los españoles sobre cuanto, quien y por qué ha costeado este capricho y los gastos logísticos y sanitarios derivados de él.

 II

En la manera castiza de abreviar los participios -al igual que el presidente del gobierno- el Jefe del Estado ha admitido que se ha equivocao. Todos -hasta los reyes- nos equivocamos, pero como al parecer ésta no ha sido la primera vez que se ha descarriao, creo sinceramente que la expresión compungida del rey al disculparse era debida a que pensaba en su propia torpeza -física y de la otra- que ha propiciado que lo hayan pillao.
En todo caso, las disculpas reales -que algunos han llegado a calificar de gesto excelente- pese a los pocos precedentes existentes, o quizá por ello, son la prueba de que es necesario un control más estricto de la agenda institucional y privada de la institución monárquica por parte del gobierno del país. Lo de los participios es contingente -aunque sería esperable un lenguaje más formal de los altos representantes del Estado- pero lo otro es necesario.

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