jueves, 17 de septiembre de 2009

Literatura canonizada


Vaya por delante que coincido con la que supongo tesis de fondo de Javier Reverte en su artículo de El País de 16 de Septiembre, ¿Por qué debe ser gratis la literatura?, esto es, que los creadores literarios tienen derecho a una retribución justa por su trabajo. Lo difícil, creo yo, es establecer un procedimiento eficaz y también justo, tanto para el retribuído como para quien ha de sufragarlo. Que es lo que creo que no consigue el sistema del canon sobre soportes de almacenamiento de información y sobre copias, ambos de forma genérica, se destinen o no a reproducir obras protegidas por derechos de autor. En vez de argumentar sobre ello, el señor Reverte se lanza a una peregrina comparación sobre el respeto del pueblo irlandés y el español a sus respectivas figuras y creadores literarios, basándose en los numerosos escritores que conformaban el comité del levantamiento de Pascua contra los ingleses en la Irlanda de 1916, y en lo mal que en nuestro país lo pasaron Cervantes, Larra, Ganivet, Lorca o Muñoz Seca.
Pues bien, que yo sepa, Cervantes, además de sufrir prisión en Argel al ser capturado por piratas berberiscos, por dos veces ingresó en la cárcel en España: la primera en Castro del Río (Córdoba), en 1592, por haber vendido trigo sin autorización y la segunda en Sevilla, en 1597, por irregularidades en las cuentas que llevaba como recaudador de impuestos, seguramente debido a la estafa de que fue objeto por parte de un comerciante a quien había confiado el dinero. Larra se suicidó -en pleno éxito profesional- debido a un amor imposible llamado Dolores Armijo. Ganivet había sido diagnosticado de manía persecutoria -que no se trató- y es probable que padeciera de depresión cuando se arrojó a las aguas de río Dwina (en la hoy Letonia). Tanto Lorca como Muñoz Seca fueron -junto con miles de españoles- víctimas de la incivilidad de nuestra guerra civil y de la mala fortuna de haberse encontrado en el lugar y en el momento equivocados. Si en 1936 Muñoz Seca hubiera estado en Granada y Lorca en Madrid, el primero nos hubiera regalado alguna otra de sus geniales astracanadas y el segundo hubiera cantado en versos ultríastas o surrealistas las hazañas de los milicianos republicanos. O sea, nuestra historia es como todas, las desgracias se reparten aleatoriamente, con independencia de que sean literatos o no aquellos sobre los que recaen. Y en este país también ponemos placas conmemorativas en las casas donde nacieron, vivieron o murieron nuestros creadores -los que lo merecen- y los valoramos.
Remata el señor Reverte proponiéndose un dilema: ganar nuestro aprecio pereciendo en una revuelta insensata o nacionalizarse irlandés. Para lo primero, además de que no se me ocurre objetivo para tamaño desatino -¿invadir Gibraltar, quizá?- no creo que encontrara muchos voluntarios que lo acompañaran. Lo segundo lo puede intentar -y seguramente conseguir- en cualquier momento. Y lograr que su trabajo quede libre de impuestos, que parece ser lo que pretende.


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