miércoles, 23 de septiembre de 2009

Eso: menos humos


Todos los fumadores -los que razonan,al menos- admiten que no se debe fumar allí donde el humo del tabaco moleste o perjudique a otros. Pero...siempre hay un pero, o varios. Unos de los más flojos conjuntos de peros que he visto recientemente nos los proporciona Fernando Savater en su artículo Menos humos, (El País 22/09/09); hubiera esperado argumentos algo más sólidos de un (ex) catedrático de filosofía. Por centrarme en uno de ellos, si pudiéramos admitir -que tampoco- la equivalencia entre los efectos de un cigarro y un vaso de vino en el ser humano, habría que reparar en la evidente diferencia física de que un caso estamos hablando de humo y en el otro de un líquido. Quiere esto decir que quien se fuma un cigarro lo comparte -más o menos- con quien se encuentre en su cercanía -fumador o no- mientras que el vino lo disfruta o padece únicamente quien lo bebe. Nunca nadie me ha obligado a beber alcohol contra mi voluntad, y, sin embargo, todavía es habitual que algún desconocido obsequie a mis pulmones con una buena bocanada de humo de tabaco en muchos lugares públicos. Que es la razón por la que creo que debe restringirse el uso del tabaco a lugares exclusivamente privados. La segregación de parte de lugares públicos donde se permita fumar, además de costosa -para todos, finalmente- es inviable en la práctica. Es decir, que yo no me altero porque el señor Savater fume cuanto desee -en su casa, por ejemplo-, pero si me altera que lo haga "donde sea" si ese donde coincide que es cerca de mí. Aunque eso me convierta en integrista, intransigente o cruzado antitabáquico sin sentido del humor. Al señor Savater le parece simpático y divertido el libro -exabrupto según él- de Vicente Amiel Fumar puede no matar, aunque sólo sea para poder reir amargamente como perseguido fumador. Como boutade el título no está mal, si no fuera porque estamos hablando de más de 50.000 muertes anuales atribuidas directamente al hábito de fumar en éste país, de las cuales, un porcentaje no despreciable está integrado por fumadores pasivos, de esos que ni siquiera disfrutan el humo ni lo aprovechan para desarrollar proyectos imaginativos, charlas amistosas, prolongaciones de encuentros amorosos ni para elaborar pensamientos vespertinos, entre los variados usos que el señor Savater -como experto manejador- confiesa que sabe dar al tabaco. Y, sobre los hábitos de Churchill yo, por mi parte, suscribo a La Rochefoucauld : "Es prerrogativa de los grandes hombres tener grandes defectos".

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