domingo, 19 de enero de 2025

La preocupación y la culpa

La preocupación y la culpa son como dos grandes sombras que condicionan vivir el presente y limitan las siempre inciertas capacidades del ser humano; ambas sombras se unen en una sola sombra como procedentes de dos soles opuestos -el futuro y el pasado- y muestran la conexión temporal de ambas de modo que podríamos considerar que si la preocupación se sitúa en el futuro -una ocupación previa al suceso en sí-, la culpa se nutre del pasado y es, por así decirlo, una post-ocupación; el presente queda así reducido a una ocupación extemporánea casi inexistente como única realidad tangible.

Ambas, la preocupación y la culpa, que se supone han de ser herramientas auxiliares en el proceso de decisión -la primera como exploradora de diversas posibilidades futuras y la segunda como experiencia correctora y de aprendizaje perpetuo del pasado- pueden llegar a convertirse en una losa que paralice tal proceso de decisión y sumirnos en una perplejidad patológica; en especial la segunda por cuanto el pasado es algo irreversible. Curiosamente es en ésta, en la culpa -y en el concepto de culpabilidad- donde el Derecho halla sus esencias hasta conformar uno de sus fundamentos: el Derecho penal. Crimen y castigo.

Claro es que abundan quienes ni las preocupaciones ni las culpas son causa para dormir peor que de costumbre; muchos de ellos han hallado un ecosistema a su medida en la política. No quiere esto decir que todos los políticos sean iguales, que es un  mantra reservado para otra categoría de políticos -aunque, por supuesto, ellos se excluyan de la categoría de políticos (y razones no les faltan)- que han hecho de ese mantra otra forma de vivir. Un nueva -pero muy mejorada- sopa boba.

Lo que parece claro es que entre los agobiados por las preocupaciones y las culpas es menor el porcentaje de personas felices -o que, al menos, se toleran a sí mismas-  que en las categorías de despreocupados y desculpabilizados.

Para otro día las reflexiones sobre las raíces judeocristianas de la culpa, de tanta utilidad para el poder y de tanto sufrimiento para los sometidos a él. Que mucha preocupación está motivada por como evadir la angustiosa sensación de culpa en el futuro.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Portentoso

Cada vez más, veo el discurso del rey -además de la consabida exhibición de buenismo inane- como una carta-resumen de peticiones a los Reyes Magos; creerá Felipe VI que viniendo tal carta firmada por otro rey tendrá más atención: es sabido que todos los reyes comparten familiaridad hasta el punto de llamarse primos entre sí (y no quisiera suponer que es un guiño cómplice y que a quien consideran primos es al resto de la ciudadanía).

Y es que el rey pide para los demás -generoso al disparar con pólvora del rey, nunca mejor dicho- cosas de las que él siempre ha gozado -trabajo (es un decir) remunerado, vivienda, etc.- cosas que los Reyes Magos, con toda su magia, serán incapaces de proporcionar a los españoles sólo por el hecho de recibir la carta y sin asegurar los requisitos necesarios -justicia social, en primer lugar- para que pueda ser atendida. Referir, por ejemplo,  que la juventud, en fin, que busca oportunidades y supera los obstáculos a base de mérito y esfuerzo no deja de ser un sarcasmo por parte de quien tuvo un puesto asegurado desde su nacimiento, constituyendo este hecho en sí mismo, su único mérito y esfuerzo.

Y mencionar nuestras extraordinarias conquistas de las últimas décadas, la Constitución del 78 en primer lugar -como si fuera algo que los Reyes Magos nos trajeron aquél año- un acuerdo en lo esencial fue el principio fundamental que la inspiró. Trabajar por el bien común es preservar precisamente el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho, no deja de ser palabrería vacía de contenido, ya que mucho de lo expresado en la Constitución nunca jamás ha pasado del papel del texto a la vida real de los españoles.

Por cierto, calificar de portentosa la historia de España no deja de ser una osadía lingüística por parte del redactor del discurso real; portentoso es, según el diccionario, algo Singular, extraño y que por su novedad causa admiración, terror o pasmo, y pasar de puntillas sobre el terror incluyéndolo como resumen en capítulos oscuros de nuestra historia y centrando la admiración y el pasmo en el desarrollo democrático de las últimas décadas, no deja de ser un ejercicio de cinismo, sobre todo si recordamos que el cargo que ostenta es herencia directa de las décadas de dictadura anteriores a esas últimas décadas y de los casi tres siglos de la historia anterior de este país, poco portentosa, todo sea dicho.

Por último, mencionar en el discurso que, en materia de pobreza y exclusión social, resulta prometedor al observar el comportamiento de nuestra economía –en términos, entre otros, de crecimiento, empleo o exportaciones– y el nivel general de nuestro bienestar social, es una auténtica falacia; la España del Ibex y la España de la mayoría de los españoles son cosas bastante distintas.

Y que conste que la evidente crítica que se desprende de esta líneas hacia la institución monárquica, en general, y hacia el actual Jefe del Estado, en particular, no es gracia ni concesión de nadie -en el discurso se menciona que No para evitar la diversidad de opiniones, legitima y necesaria en democracia, sino para impedir que esa diversidad derive en la negación de la existencia de un espacio compartido- si no simplemente un derecho y una obligación que me corresponden como ciudadano (que no súbdito).

domingo, 17 de noviembre de 2024

Tres avisos


El primer aviso que usualmente todos recibimos sobre lo transitorio y precario que es el teatro de guiñol que habitamos es consecuencia de la muerte de nuestro padres (y, a poco extensa que sea nuestra familia, antes o después, de nuestros tíos); es la inequívoca advertencia de que ya dejamos de estar en la reserva y se nos coloca en primera línea en el frente de la vida.

El segundo aviso proviene de los caídos a ambos lados en ese frente: hermanos, primos, amigos, abandonan igualmente el escenario una vez interpretado el papel que a cada uno le ha correspondido; algunos se sorprenden de lo temprano de su llegada y bastantes cambian desde entonces sus presupuestos vitales, pero la mayoría suele entender que lo vivido desde entonces es tiempo de descuento, una gracia.

Es cierto que hay excepciones a esta regla general que suelen ser tanto o más dolorosas para los allegados que para los sentenciados a un abandono precipitado sin recibir los dos avisos regulares. Y todos recuerdan lo sorprendente e injusto de que esos avisos no se produjeran, porque es cierto que algo de traidor tiene quien no avisa; pero accidentes, enfermedades de fulminante desenlace, pandemias, etc. son todas ellas eventualidades a las cuales ha de someterse la naturaleza humana.

Y los demás, a esperar el tercero y fatal aviso. Que muchas veces ni llega a oírse, pero que si se oye dicen que es peor. 

jueves, 7 de noviembre de 2024

Democracia y abstención.

Los mismos perros con distintos collares; el partido demócrata ha perdido las elecciones en EE.UU. ¿porqué?; fundamentalmente por la constatación de la profunda veracidad del dicho popular que acabo de recordar. El truco democrático -falsamente democrático- de ofrecer dos alternativas supuestamente  contrapuestas acaba perdiendo efectividad como tal truco al comprobar que esa suposición no tiene base y es un puro fraude; el sistema se basa en elegir entre las dos caras de una misma moneda. En este sentido, creo que el porcentaje de abstención en unas elecciones revela, principalmente, la cantidad de posibles votantes que son conscientes de ese fraude y, por consiguiente, se abstienen de participar en la farsa por considerar que su voto -como todos, incluidos los efectivos- es irrelevante. Todo en aras de una supuesta estabilidad y centralidad que son sólo eso: un supuesto histórico de la que se supone -otro supuesto, también- que es la primera democracia del mundo.

Y como esa -la abstención- es la clave del funcionamiento del sistema -democracia, lo llaman- es por lo que el porcentaje de abstención no suele ser un dato se se muestre como uno de los principales a considerar al ofrecer información sobre las elecciones: me ha costado un buen rato hallar en la web datos sobre la abstención en las recientes elecciones en EE.UU.(cualquiera puede hacer el intento para comprobarlo) y, en muchos de los sitios que ofrecen análisis y resultados electorales, es un dato inexistente. Concretando: en 2020 la participación en las elecciones de EE.UU. fue del 66,8% de los votantes (históricamente este porcentaje oscila entre el 50% y el 60%), en 2024 -finalmente conseguí el dato aquí- ha sido del 55% (20 millones de votantes menos que en 2020).

Sin olvidar que la democracia plena (aunque fatigada) vigente en España es un mero calco -bipartidismo incluído- del sistema exportado -o impuesto- por EE.UU. a España y que aquí se implementó mediante la Transición del 78. También en busca de una estabilidad y centralidad que, con toda probabilidad, nunca existieron antes y menos existen ahora.

viernes, 22 de marzo de 2024

Ladrones de cuerpos

Desperté bruscamente; mantenía los ojos cerrados pero estaba totalmente despierto. Demasiado despierto -pensé- para lo metido que estaba hacía sólo segundos en mi sueño/pesadilla que seguramente había llegado al punto de imposibilidad de ser soportado que había provocado que me despertara. En el sueño, había tomado el Metro en una estación de la que no recordaba el nombre, extraña para mí,  y en un viaje largo y nada concreto, había comprobado como el vagón se transformaba gradualmente en un tren de tercera clase de los antiguos, de madera e incomodísimos asientos de tablillas, con el barnizado ausente y un general olor a sudor y pescado. Llegó ese tren al final de su recorrido en un pueblo de las cercanías de Madrid, seguramente en la zona de los pueblos negros, por la abundancia de pizarra y las abundantes cuestas que se veían. Yo no iba allí por mi deseo, un -demasiado- amable viajero me explicó que mi error había sido tomar el tren en el andén equivocado y por eso había llegado allí, donde ninguna ocupación me esperaba y de donde pronto me enteré que no podría regresar al ser viernes y no haber trenes de vuelta durante todo el fin de semana. En fin, como para no despertarse. Extendí mi brazo izquierdo lo justo para llegar con los nudillos al reloj de la mesilla de noche para que proyectara la hora en el techo. Abrí los ojos justo para ver la hora: las 4:00, la hora fatídica no sólo porque últimamente -en coincidencia con la cultura china- he tomado ojeriza al 4 considerándolo un número ominoso, si no porque a esa hora me resulta difícil volver a dormirme. La hora y luego la temperatura: 22º3, que suma siete, pero sin llegar al ocho, un número realmente auspicioso; el siete es bíblico pero no especialmente de buen presagio. Me coloqué boca arriba y los brazos paralelos al cuerpo esperando poder pasar el tiempo necesario para volver a dormirme. Aunque sabía de sobra que en esa postura no me dormiría, al menos pasaría el tiempo sin las molestias que, al colocarme de costado, me estaba dando últimamente el síndrome del túnel carpiano, que me producía un entumecimiento de la mano derecha bastante desagradable. Espera, piensa en algo complicado, me dije, algo que cause somnolencia. En eso noté que alguien que no era yo, entraba en mi cuerpo. Lo he dicho de forma tan rotunda porque intentar explicarlo con pormenores no creo que ayudara a entenderlo; era eso: otro que no era yo -que evidentemente ya estaba- entraba a vivir en mi cuerpo. Ya estamos -me dije- una secuela de la película La invasión de los ladrones de cuerpos -no la primera de 1956 si no un remake de 1993, dirigida por un tal Ferrara y bastante más insulsa pese a los efectos especiales- en la que, como en la primera, entes extraterrestres se apoderan de cuerpos humanos dejando el original reducido a vainas vacías, a residuos. Se estaba dilucidando quién se quedaba finalmente con mi cuerpo: el bodysnatcher había comenzado a introducirse en mi cuerpo por mi mano derecha produciéndome a mí, su legítimo dueño, un intenso dolor. En esas estaba cuando me desperté -esta vez sí- con un adecuado recordatorio del síndrome del túnel carpiano en mi mano derecha, totalmente dormida y dolorida. Antes no me había despertado, sólo cambiado de pesadilla. Miré ahora realmente el reloj: las 4:20; bueno, al menos mantengo un sincronía global, pensé. Y me levanté a pesar del sueño que habitaba en mis ojos impidiéndome abrirlos; decidí que sería mejor dejar la cama que iniciar una tercera pesadilla.