miércoles, 25 de diciembre de 2024

Portentoso

Cada vez más, veo el discurso del rey -además de la consabida exhibición de buenismo inane- como una carta-resumen de peticiones a los Reyes Magos; creerá Felipe VI que viniendo tal carta firmada por otro rey tendrá más atención: es sabido que todos los reyes comparten familiaridad hasta el punto de llamarse primos entre sí (y no quisiera suponer que es un guiño cómplice y que a quien consideran primos es al resto de la ciudadanía).

Y es que el rey pide para los demás -generoso al disparar con pólvora del rey, nunca mejor dicho- cosas de las que él siempre ha gozado -trabajo (es un decir) remunerado, vivienda, etc.- cosas que los Reyes Magos, con toda su magia, serán incapaces de proporcionar a los españoles sólo por el hecho de recibir la carta y sin asegurar los requisitos necesarios -justicia social, en primer lugar- para que pueda ser atendida. Referir, por ejemplo,  que la juventud, en fin, que busca oportunidades y supera los obstáculos a base de mérito y esfuerzo no deja de ser un sarcasmo por parte de quien tuvo un puesto asegurado desde su nacimiento, constituyendo este hecho en sí mismo, su único mérito y esfuerzo.

Y mencionar nuestras extraordinarias conquistas de las últimas décadas, la Constitución del 78 en primer lugar -como si fuera algo que los Reyes Magos nos trajeron aquél año- un acuerdo en lo esencial fue el principio fundamental que la inspiró. Trabajar por el bien común es preservar precisamente el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho, no deja de ser palabrería vacía de contenido, ya que mucho de lo expresado en la Constitución nunca jamás ha pasado del papel del texto a la vida real de los españoles.

Por cierto, calificar de portentosa la historia de España no deja de ser una osadía lingüística por parte del redactor del discurso real; portentoso es, según el diccionario, algo Singular, extraño y que por su novedad causa admiración, terror o pasmo, y pasar de puntillas sobre el terror incluyéndolo como resumen en capítulos oscuros de nuestra historia y centrando la admiración y el pasmo en el desarrollo democrático de las últimas décadas, no deja de ser un ejercicio de cinismo, sobre todo si recordamos que el cargo que ostenta es herencia directa de las décadas de dictadura anteriores a esas últimas décadas y de los casi tres siglos de la historia anterior de este país, poco portentosa, todo sea dicho.

Por último, mencionar en el discurso que, en materia de pobreza y exclusión social, resulta prometedor al observar el comportamiento de nuestra economía –en términos, entre otros, de crecimiento, empleo o exportaciones– y el nivel general de nuestro bienestar social, es una auténtica falacia; la España del Ibex y la España de la mayoría de los españoles son cosas bastante distintas.

Y que conste que la evidente crítica que se desprende de esta líneas hacia la institución monárquica, en general, y hacia el actual Jefe del Estado, en particular, no es gracia ni concesión de nadie -en el discurso se menciona que No para evitar la diversidad de opiniones, legitima y necesaria en democracia, sino para impedir que esa diversidad derive en la negación de la existencia de un espacio compartido- si no simplemente un derecho y una obligación que me corresponden como ciudadano.

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