domingo, 17 de noviembre de 2024

Tres avisos


El primer aviso que usualmente todos recibimos sobre lo transitorio y precario que es el teatro de guiñol que habitamos es consecuencia de la muerte de nuestro padres (y, a poco extensa que sea nuestra familia, antes o después, de nuestros tíos); es la inequívoca advertencia de que ya dejamos de estar en la reserva y se nos coloca en primera línea en el frente de la vida.

El segundo aviso proviene de los caídos a ambos lados en ese frente: hermanos, primos, amigos, abandonan igualmente el escenario una vez interpretado el papel que a cada uno le ha correspondido; algunos se sorprenden de lo temprano de su llegada y bastantes cambian desde entonces sus presupuestos vitales, pero la mayoría suele entender que lo vivido desde entonces es tiempo de descuento, una gracia.

Es cierto que hay excepciones a esta regla general que suelen ser tanto o más dolorosas para los allegados que para los sentenciados a un abandono precipitado sin recibir los dos avisos regulares. Y todos recuerdan lo sorprendente e injusto de que esos avisos no se produjeran, porque es cierto que algo de traidor tiene quien no avisa; pero accidentes, enfermedades de fulminante desenlace, pandemias, etc. son todas ellas eventualidades a las cuales ha de someterse la naturaleza humana.

Y los demás, a esperar el tercero y fatal aviso. Que muchas veces ni llega a oírse, pero que si se oye dicen que es peor. 

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