Seguramente para hacernos olvidar esa circunstancia -y por remontar la audiencia, cosa que al parecer le tenía intranquilo- dicen que Felipe VI ha decidido echar el resto en el tradicional discurso de Navidad: lamentablemente se ha podido comprobar que el resto era más de lo mismo (desde hace 0cho años, al menos) y el buenismo también tiene sus límites. Así la vigente Constitución, -a la que según su exposición le falta poquísimo para convertirse en el quinto Evangelio- y que mencionó con reiteración casi obsesiva, como una salmodia, asegurando, por ejemplo, que fuera de la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles, no hay libertades sino imposición, no hay ley sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad; que sólo le faltó decir que fuera de la Constitución no hay luz ni vida. Cada institución, comenzando por el Rey, debe situarse en el lugar que
constitucionalmente le corresponde, ejercer las funciones que le estén
atribuidas y cumplir con las obligaciones y deberes que la Constitución
le señala; todo un récord: la Constitución dos veces en la misma frase. Eso sí, se le olvidó, como es habitual, enumerar todo lo que estando escrito en la Constitución permanece inédito en la vida real y que hace que democracia, ley, convivencia, libertad y paz continúen siendo metas deseables pero bastante lejanas. Y actualmente vigentes sólo como parodias.
Repetir por enésima vez lo mismo como un conjuro mágico no va a hacer que este se cumpla. Por más que creer en un conjuro inefectivo y que no se cumple es más de voluntariosos y cándidos súbditos que de ciudadanos responsables: nada cambiará mientras éstos últimos no impongan su criterio.
Por cierto, las dificultades económicas y sociales que afectan a la vida diaria de muchos españoles son una preocupación para todos es otro buenismo matizable: primero diciendo deberían ser en lugar de son y segundo, admitiendo que si lo fueran, los son mucho más para unos que para otros. Y el rey, desde luego, no es de los primeros.
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