Simplemente me limitaré a copiar un breve fragmento del capítulo 22 de la obra; pocas veces he visto resumida con tanta precisión la violenta estrategia manipuladora y deshumanizadora propia del nazi-fascismo:
... hoy ya a nadie le cabrá la menor duda de que, en realidad, el antisemitismo nazi no tiene prácticamente nada que ver con los judíos, ni con sus méritos ni con sus deméritos. Lo verdaderamente interesante del propósito nazi, cada vez menos velado, de amaestrar a los alemanes para que persigan a los judíos a lo largo y ancho del mundo y a ser posible los exterminen, no es ya su justificación —un disparate tan absurdo que el mero hecho de argumentar en su contra ya implica una degradación—, sino el propósito en sí mismo. Éste constituye en efecto algo novedoso dentro de la historia de la humanidad: el intento de anular, en el caso del género humano, esa solidaridad primigenia que comparten todos los miembros de una especie animal y que es lo único que los capacita para sobrevivir en la lucha por la existencia; la pretensión de dirigir los instintos depredadores del hombre, que normalmente sólo apuntan contra el mundo animal, contra miembros de su propia especie y de «azuzar» a toda una nación contra determinadas personas, como si fuera una manada de perros. Una vez despierto el instinto básico y perpetuo para asesinar al prójimo y transformado incluso en obligación, el hecho de cambiar de objeto se reduce a un detalle sin importancia. Ya hoy resulta bastante evidente que donde dice «judíos» se puede poner «checos», «polacos» o cualquier otra cosa. De lo que se trata aquí es de la vacunación sistemática de todo un pueblo —el alemán— con un bacilo cuyo efecto consiste en que todos los portadores actúan contra el prójimo con ferocidad, o dicho de otro modo: se trata de liberar y cultivar aquellos instintos sádicos cuya represión y destrucción ha sido obra de un proceso civilizador de muchos miles de años de duración. En uno de los próximos capítulos tendré ocasión de demostrar cómo amplios sectores de la nación alemana —a pesar de su debilitamiento y deshonra generales— sí que logran reunir defensas, probablemente a partir de un oscuro instinto que les advierte sobre lo que está en juego. De no ser así y en caso de que este intento de los nazis —núcleo principal de todas sus aspiraciones— llegase a buen término, todo conduciría a una crisis humana de primer grado, en la que se pondría en cuestión la pervivencia física de la especie y cuya única escapatoria consistiría probablemente en recurrir por fuerza a medios espantosos, como la destrucción física de todos los afectados por el bacilo lobuno.
Y remata con estas otras conclusiones, plenamente aplicables -podemos lamentarlo, pero no ignorarlo- aquí y ahora, a la vista del resurgimiento de un fascismo nada encubierto y propiciado por los intereses de los reaccionarios de siempre -jaleado por numerosos tontos útiles y oportunistas, unos y otros tan abundantes como la arena en el desierto- que sistemáticamente anteponen una idea de España a los intereses de la mayoría de los españoles:
De este breve esbozo ya se desprende que es precisamente el antisemitismo nazi lo que afecta a cuestiones definitivas sobre la existencia —y no sólo la de los judíos—, alcanzando un límite al que no llegan los demás puntos del programa nazi. Y esto permite hacerse una idea de lo increíblemente ridícula que resulta la opinión, hoy nada infrecuente en Alemania, de que el antisemitismo nazi es un pequeño detalle secundario, o como mucho un defecto de forma que, según se tenga a los judíos en mayor o menor estima, puede lamentarse o aceptarse con resignación, pero que «lógicamente no significa nada en comparación con las grandes cuestiones nacionales». Estas «grandes cuestiones nacionales» son en realidad totalmente insignificantes, forman parte de la rutina diaria y del caos generado por un período europeo de transición al que tal vez aún le queden unas décadas; pero en verdad no tienen nada que ver con el peligro primigenio que supone el crepúsculo de la humanidad y es lo que el antisemitismo nazi pretende.