sábado, 14 de noviembre de 2020

De líderes y cambios

El cambio es el leit-motiv fundamental de la política y de los políticos: desde la izquierda se defiende el cambio para llevar a término -con distintos grados de urgencia-  la siempre pospuesta revolución social que acabe con los privilegios de una minoría a costa del sufrimiento de la mayoría pero, desde la derecha, se defiende igualmente el cambio, en éste caso para la reversión de los pocos avances sociales conseguidos históricamente y mediante los habituales subterfugios -patriotismo, nacionalismo, liberalismo, etc.- que lo justifiquen, subterfugios necesarios para borrar esa condición originalmente minoritaria de quienes quieren mantener esos privilegios (los privilegiados son siempre minoría, evidentemente); en esa dialéctica lleva instalada la humanidad prácticamente desde siempre. En resumen, cambiar y gestionar los cambios son la justificación última del político.

El liderazgo es otro concepto también muy importante para ejercer la labor política: decir -entre sugerir y ordenar- a los demás lo que ha de hacerse es tarea permanente del líder político; hace tiempo que pocos siguen los consejos de Lao Tse: para liderar a la gente, camina tras ellos, y más bien ejercen de líderes deficientes según ya advirtió Confucio: el buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo que se vende mejor, o de líderes mediocres: cualquiera puede sostener el timón cuando el mar está en calma, según el escritor latino Publilio Siro.

Recientemente, un líder -los líderes lo son para siempre,  como los presidentes, aunque no estén en activo- que, objetivamente, está entre  las dos últimas categorías mecionadas -o en ambas-, Albert Rivera, se ha propuesto impartir un seminario titulado Líderes en el cambio; para ello ha reunido a otros líderes de parecidas capacidades: Luis Figo, Dimas Gimeno, Alberto Ruiz-Gallardón y Leopoldo López lo que, inevitablemente, me ha hecho recordar al capitán del naufragado Costa Concordia, Francesco Schettino, impartiendo una clase magistral sobre la gestión del control del pánico. En fin, que Rivera, que siempre me ha parecido un mediocre vendepeines de El Rastro, dirija un seminario sobre liderazgo, es un índice del nivel político de la mayoría de nuestros líderes políticos (imposible no recordar, en este punto y como ejemplo paradigmático, a Mariano Rajoy). Y se le ha olvidado invitar a Pablo Casado.

El ejemplo no es lo principal para influenciar a otros, es lo único, parece ser que dijo Albert Schweitzer; se lo regalo a Albert Rivera como guión para una de las clases maestras de su seminario on-line. Que no le hará falta, no hay más que ver como vestía cuando comezó su aventura ciudadana (ver foto adjunta) y como viste ahora, enfundado en alguno de los trajes que utiliza como asesor legal de Pablo Casado. Eso sí son cambios.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Empatía y responsabilidad

Vivimos en un país en el que sus naturales mayoritariamente consideran que todo aquello que no está prohibido está permitido, y aún las prohibiciones suelen también ignorarse, sobre todo si no hay detrás una fuerza coercitiva que las imponga. Sirve generalmente de poco apelar a la responsabilidad individual que supone la autoregulación de la propia conducta en beneficio del bien común y basada en el respeto a los demás; la empatía es entre nosotros una palabra exótica que aún suele ser confundida con simpatía; la capacidad de identificación con las necesidades y sentimientos de los demás no es una de nuestras prioridades. Y no digo que ésto sea una característica propia de los españoles, la sociedad del primer mundo se basa generalmente en la búsqueda del placer (dopamina) antes que la de la felicidad (serotonina): antes la gratificación inmediata que la sustancial identificación del ser humano con el mundo que hace tiempo se propuso la filosofía como meta; antes la satisfacción material e individual que promueve la sociedad capitalista basada en la posesión de cosas que la moral o espiritual que supone procurar tanto la felicidad propia como la de los demás. Sin embargo, nuestros paisanos han adoptado generalmente una versión extrema de la priorización del placer sobre la felicidad debido a una idiosincrasia histórica tendente al individualismo antes que a una consideración personal como integrante social.

Viene todo este exordio a cuento de nuestro comportamiento individual en la actual crisis social debida a la pandemia CoVid19; apelar a la responsabilidad individual esperando de todos y cada uno de nosostros la máxima prudencia en nuestras actitudes y en el contacto físico con otras personas como medio de prevenir contagios depende en gran medida de esa autoconsideración como seres sociales que, a su vez, depende del grado de concienciación y educación previas en ese sentido: cuando ambas han sido largamente desatendidas tanto en la esfera pública como en la privada no deben sorprender las consecuencias observadas; no debería sorprendernos la  fragilidad de una sociedad debilitada por unas sangrantes desigualdades agravadas por un permanente deterioro de los servicios públicos en sanidad, educación y pensiones; aplaudir puntualmente desde ventanas y balcones para hacernos creer a nosotros mismos que con eso solventamos la papeleta de la solidaridad y la empatía con nuestros conciudadanos -profesionales sanitarios o no- es puramente anecdótico y de ahí no debería deducirse ninguna categoría; lo que realmente se necesita es más educación  y más recursos. Públicos, es decir, de todos.