martes, 26 de mayo de 2020

Hablar por no callar

Allanamiento epistémico (Epistemic Trespassing, un caso más de denominación importada para algo conocido hace tiempo en este país, en el que la tertulianidad en los medios de comunicación viene a ser casi un oficio en sí mismo. El allanamiento epistémico parece ser algo así como la versión mejorada del argumento de autoridad ó argumentum ad vericundiam (que, recordémoslo, es un tipo de falacia que consiste en defender algo como verdadero sólo porque alguien que se cita como apoyo del argumento tiene autoridad en la materia) con la diferencia de que no es obligado ser experto en el tema de que se trate (aunque se sea en otros, de ahí lo de allanar ó traspasar). En éste país, ya digo, no sólo la practican los periodistas -que, en general, no sólo informan de todo, también, a menudo opinan sobre todo, sin ser realmente  especialistas en nada, salvo excepciones contadísimas- si no que cada uno de los individuos pertenecientes al superconjunto que engloba al de periodistas, ésto es, el de tertulianos (no todos los terturlianos son periodistas, ni parece que sea necesario), se siente con capacidad y autoridad (autoconferidas), de expandir sus opiniones urbi et orbi sea o no -sobre todo si no- experto en el tema de que se trate y sea cual sea éste; en el hipotético y raro caso de que el tertuliano fuera realmente un experto en el tema tratado, las opiniones pasan ya a constituir un caso superlativo del mencionado argumentum ad vericundiam, y son fácilmente reconocibles por la manifiesta actitud del experto de estar donando su saber cuasi-divino al resto de la Humanidad, y también porque  ese tertuliano se distingue enseguida por su hablar despacioso, como acomodánsode al ritmo de un hipotético cantero que tuviera la misión de traspasar, letra a letra, sus palabras directamente al mármol.
Y es que, para decirlo todo, cada español (*) alberga un tertuliano en potencia (¿tertulliano in potentia?); ahora que las redes sociales están resultando ser un muestrario humano universal -para lo bueno y para lo malo- de todos esos tertulianos (tanto de los oficiales como los potenciales), ¿quién no ha escuchado la receta definitiva -como si se tratara de la hábil y desconocida maniobra que los jubilados administran gratuitamente a los maquinistas de las retroexcavadoras en las obras- para acabar con la pandemia de la CoVid19?; que, ya puestos, y como justa compensación de lo que llevo soportado al respecto, sí quisiera hacer alguna proposición a incorporar en la nueva normalidad -ese gracioso eufemismo con olor a oxímoron-  proponiendo el abandono de la denominación del último mes de año como Diciembre (que, según Díaz Ayuso  siempre nos recordará la fecha del inicio de la propagación del virus, al decidir OMS no aludir a una localización geográfica específica, un animal o un grupo de personas para denominar la pandemia) y volver al Nivoso de la Revolución Francesa. Y ya puestos, igualmente -en estos tiempo de crisis y reclusión se tienen estos altibajos y derivas entusiastas- recuperar también algunos de los nobles propósitos incumplidos de esa revolución, por ejemplo, los Derechos del Hombre y del Ciudadano; no lo veo improcedente ni inútil, teniendo en cuenta que ya hay quien está correteando por las calles como miembros de una asociación que pretende ser la reedición local de las Secciones de Asalto (Sturmabteilung ó SA) nazis, incluso con el mismo color pardo y cantando La muerte no es el final (que, poco nos dejan a los que no esperamos mucho del más allá); anteponiendo su idea de la Patria/Nación al bienestar de las personas que viven en ella. Sea dicho todo esto desde el punto de vista de otro tertuliano en potencia: hablar por no callar; uno de los muchos refranes en español sobre hablar (o no hacerlo); Algo sabe el que no sabe, si callar sabe; Callar y coger piedras es doble prudencia; El buen saber es callar hasta ser tiempo de hablar, son otros: el refranero tiene para todos. Sin embargo, la mayoría de ellos se refieren explícitamente a las virtudes de callar.
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(*) Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar; es una frase atribuída generalmente a Manuel Azaña. Le faltó especificar a don Manuel -seguramente no le pareció oportuno, por no alargar la frase hasta convertirla en una tesis-  que entre las cosas a ser sabidas por cada español debería encontrarse todo lo que no sabemos porque, de no ser así, pocos temas habrá  que nuestro tertuliano en potencia no se sienta capaz de abordar y, desde luego, opinar.

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