jueves, 19 de marzo de 2020

Esta monarquía (II)

Cada vez me incomoda más el hecho de que el Jefe del Estado pluralice y me incorpore, como él mismo, a un equipo del que cada vez me siento menos partícipe, aunque sería mejor decir, del que él no debería sentirse parte integrante: creo que hace ya tiempo que la situación de divorcio entre la institución monárquica que nos instaló de tapadillo la Transición del 78 y los pueblos de España ha sobrepasado el punto sin retorno; quien es representante de esa institución y ha permitido y disculpado hasta el límite de lo inevitable la extensa corrupción en sí misma -no en uno si no en varios miembros de su familia- no tiene derecho a apelar a la responsabilidad,  sentido del deber, civismo, humanidad, entrega, esfuerzo y, sobre todo, solidaridad, como ha solicitado de todos nosotros en su discurso; no sé si deberíamos dejar de lado nuestras diferencias como interesadamente nos aconseja, pero es evidente que no es posible -ni sería justo- hacerlo. 
Igualmente resulta bastante hipócrita  mencionar ahora que sabíamos que tenemos un gran sistema sanitario y unos profesionales extraordinarios; a ellos quiero dirigirme ahora: tenéis nuestra mayor admiración y respeto, nuestro total apoyo. Sois la vanguardia de España en la lucha contra esta enfermedad, sois nuestra primera línea de defensa, cuando desde el gobierno de España -con el necesario refrendo del Jefe del Estado- se ha venido en los últimos años detrayendo recursos de la sanidad pública, recursos que -añadidos a otros recortes de los servicios públicos- fueron destinados a la compensación de las pérdidas de los Bancos y el gran capital durante la pasada crisis económica pese a que, con seguridad, nadie pueda atribuír los méritos similares a los del sistema sanitario al sistema financiero.
Y, sobre todo, que cuando tras esta crisis temporal, este paréntesis en nuestras vidasvolvamos a la normalidad, no creo que ésta normalidad haya de incluir necesariamente  a la institución monárquica, puesto que la ciudadanía habrá demostrado, una vez más, que si puede sobrevivir no es precisamente gracias a aquella; parece que el mensaje que realmente deberíamos esperar que Felipe VI pronuncie es uno que finalice como el de su bisabuelo: suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos; digamos, además, que esta renuncia daría mayor legitimidad a la actual monarquía por cuanto enlazaría con la situación histórico-política de éste país previa a la dictadura franquista, de cuya dictadura deriva directamente el cargo del actual Jefe del Estado español. Y todo ello antes de conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva,  mientras habla la nación; es decir, hasta que los españoles decidan por su libre voluntad si la institución monárquica es necesaria o prescindible para asegurarar en el futuro la recta gobernabilidad del país.
Puede que muchos españoles hayan -o hayamos- pasado de juancarlistas a emosidoengañadistas; pero seguro que nunca ha habido felipesextistas, solo conservadores de una institución que cubre y protege determinados intereses de los poderes fácticos. Que, además, derivan el coste de esa protección al conjunto de la ciudadanía; ser puta y poner la cama se llamaba ésto.

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