Cada
vez me incomoda más el hecho de que el Jefe del Estado pluralice y me
incorpore, como él mismo, a un equipo del que cada vez me siento menos
partícipe, aunque sería mejor decir, del que él no debería sentirse
parte integrante: creo que hace ya tiempo que la situación de divorcio
entre la institución monárquica que nos instaló de tapadillo la
Transición del 78 y los pueblos de España ha sobrepasado el
punto sin retorno; quien es representante de esa institución y ha
permitido y disculpado hasta el límite de lo inevitable la extensa corrupción en sí misma -no en uno si no en varios miembros de su familia- no tiene derecho a apelar a la responsabilidad, sentido del deber, civismo, humanidad, entrega, esfuerzo y, sobre todo, solidaridad,
como ha solicitado de todos nosotros en su discurso; no sé si
deberíamos dejar de lado nuestras diferencias como interesadamente nos
aconseja, pero es evidente que no es posible -ni sería justo- hacerlo.
Igualmente resulta bastante hipócrita mencionar ahora que sabíamos que tenemos un gran sistema sanitario y unos profesionales
extraordinarios; a ellos quiero dirigirme ahora: tenéis nuestra mayor
admiración y respeto, nuestro total apoyo. Sois la vanguardia de España
en la lucha contra esta enfermedad, sois nuestra primera línea de
defensa,
cuando desde el gobierno de España -con el necesario refrendo del Jefe del Estado- se ha venido en los últimos años detrayendo recursos
de la sanidad pública, recursos
que -añadidos a otros recortes de los servicios públicos- fueron
destinados a la compensación de las pérdidas de los Bancos y el gran
capital durante la pasada crisis económica pese a que, con seguridad, nadie pueda atribuír los méritos similares a los del sistema sanitario al sistema financiero.
Y, sobre todo, que cuando tras esta crisis temporal, este paréntesis en nuestras vidas, volvamos a la normalidad,
no creo que ésta normalidad haya de incluir necesariamente a la
institución monárquica, puesto que la ciudadanía habrá demostrado, una
vez más, que si puede sobrevivir no es precisamente gracias a aquella;
parece que el mensaje que realmente deberíamos esperar que Felipe VI
pronuncie es uno que finalice como el de su bisabuelo: suspendo deliberadamente el ejercicio del
poder real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora
de sus destinos; digamos, además, que esta renuncia daría mayor legitimidad a la actual monarquía por cuanto enlazaría con la situación histórico-política de éste país previa a la dictadura franquista, de cuya dictadura deriva directamente el cargo del actual Jefe del Estado español. Y todo ello antes de conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, mientras habla la nación;
es decir, hasta que los españoles decidan por su libre voluntad si
la institución monárquica es necesaria o prescindible para asegurarar en
el futuro la recta gobernabilidad del país.
Puede que muchos españoles hayan -o hayamos- pasado de juancarlistas a emosidoengañadistas; pero seguro que nunca ha habido felipesextistas, solo conservadores de una institución que cubre y protege determinados intereses de los poderes fácticos. Que, además, derivan el coste de esa protección al conjunto de la ciudadanía; ser puta y poner la cama se llamaba ésto.
Puede que muchos españoles hayan -o hayamos- pasado de juancarlistas a emosidoengañadistas; pero seguro que nunca ha habido felipesextistas, solo conservadores de una institución que cubre y protege determinados intereses de los poderes fácticos. Que, además, derivan el coste de esa protección al conjunto de la ciudadanía; ser puta y poner la cama se llamaba ésto.
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