Un ejemplo prototípico de lo peligroso de aplicar criterios mágicos, sobrenaturales o religiosos a la vida diaria -y natural- pudieran ser las declaraciones de un cofrade perteneciente a una Hermandad de la Virgen en Sevilla: La virgen está exenta de virus, tiene las manos inmaculadas, lo cual, pudiendo ser originalmente cierto -quiero decir que una estatua de escayola o madera pintada no es, per se, un reservorio potencial de virus- no es finalmente verdad: el problema no es, evidentemente, la propia imagen de la virgen, si no la contaminación de la misma y de sus inmaculadas manos con el repetitivo besamanos de los fieles creyentes, constituyéndose así esas manos estatuarias en un excelente método de contagio y propagación del cualquier enfermedad que lo haga mediante la saliva de las personas (como ha demostrado ser el método de contagio del coronavirus).
El milagro sería, precisamente, que la virgen intercediera para evitar que un posible infectado contagiara mediante tal besamanos concurrente al resto de los fieles (la limpieza rápida con un pañito seguramente sólo serviría para acelerar el contagio); es evidente que tratándose de un tema de salud pública -que afecta por igual a creyentes (católicos y de otras confesiones) agnósticos y ateos- el asunto ha de ser tratado con criterios racionales y en forma preventiva, impidiendo tales rituales potencialmente peligrosos: no se trata de devociones particulares, si no del bien público.
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