No, no creo que ésta sea la España con la que soñó Azaña, como ha afirmado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; las palabras pueden distraer y con ellas se pueden construir discursos políticamente correctos pero los hechos que pueden desmentirlos son tozudos; y más si se recurre a la desmesura más allá de la exageración, afirmando que la mayoría de los españoles, independientemente de su ideología, lee a Azaña y Machado y eso es prueba de que la Constitución de 1978 restauró los valores de la República de 1931; en fin, creo que es oportuno recordar de nuevo aquello de dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. No, señor Sánchez, no es ésta una España unida, diversa, democrática, tolerante y en continuo progreso, aunque seguramente a muchos nos gustaría que así fuera.
Para empezar, creo que la mayoría de los españoles no lee, hablando en general, tampoco a Machado -salvo los poetas y los pocos que piensan que la poesía es necesaria, no sólo decorativa- y menos aún a Azaña, pese a lo extenso e intensamente didáctico de lo que dejó escrito; pero deducir de ésto -si fuera realmente así- que la Constitución de 1978 restauró los valores de la República de 1931, es pura ensoñación constitucionalista y ganas de rellenar con algo -muy semejante al humo- los discursos; todo lo contrario que ocurre con Azaña -ya que estamos recordándolo- en cuyos discursos analíticos y razonados no sobra una coma.
Es cierto que estas dos personas dialogantes, cultas, creativas, pacíficas y sensatas que cualquier país habría querido tener entre sus ciudadanos, acabaron sus días -obligadamente- fuera de este país, pero aún en la desgracia hay grados: de Machado y Azaña sabemos donde se hallan sus restos (con la advertencia explícita de este último de que no le zarandearan el esqueleto), pero creo que la mejor manera de que España pidiera perdón a sus exiliados ochenta años después sería acabar institucionalmente con la vergüenza de mantener ese mismo tiempo los restos de más de 100.000 españoles -que no pudieron exiliarse- malenterrados en cunetas y fosas comunes de éste país.
No sé si el señor presidente del Gobierno habrá realmente leído el discurso Paz, piedad, perdón de Manuel Azaña que ha mencionado, pero le recuerdo -por especialmente pertinentes- las palabras que figuran casi al final del mismo: cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que, a lo que parece, también éstos últimos son muy españoles.
Por cierto, lo de Azaña con las banderas es un auténtico desencuentro: lo tuvieron que enterrar cubierto con la bandera de México y ahora le arropan con una muy parecida a aquella de la que abjuró en vida.
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