La política es una labor de la inteligencia, afirmaba Manuel Azaña, y ésta sola afirmación, sin considerar el conjunto de su pensamiento político, nos hace pensar no tanto que Azaña fuera un precursor avanzado a su tiempo, sino que continuaría siendo un extraterrestre político en la España de hoy, como parece que fué en la que le tocó vivir.
Ortega y Gasset y Azaña compartían una misma raíz liberal pero con importantes diferencias entre ellos; Ortega creía y practicaba un liberalismo tradicional y elitista en el cual el individuo ha de enfrentarse a un poder excesivo del Estado incluso -sobre todo, dirían algunos- si éste se basa en la voluntad popular ya que el pueblo -las masas- es, desde su punto de vista, generalmente ignorante y voluble. Azaña cree en un liberalismo mucho más avanzado al asumir como prioridad, precisamente, el progreso e instrucción de las clases populares aunque ello suponga, evidentemente, la lucha contra oligarquías y fuerzas reaccionarias y oscurantistas que procuren impedirlo. Y cree, además, que ese es el único medio para el progreso de éste país como tal, tras siglos sufriendo una perpetura sangría a manos de una plutocracia corta de miras, egoísta y también ignorante. Tanto Ortega como Azaña dedicaron gran parte de sus esfuerzos a combatir una corrupción endémica y que casi se confunde con la idiosincrasia nacional; que el pensamiento de ambos intelectuales continúe estando tan vigente demuestra lo poco que en cien años hemos avanzado, pese a lo que algunos -y algunas- sedicentes liberales de hoy quieren hacernos creer.
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