Parece que en los países anglosajones tiene mucho peso el
baldón de la mentira; quiero decir que en ellos la opinión ciudadana soporta mal
que una figura pública mienta y que la única redención posible consiste
en que ésta confiese -para empezar- sus errores. A esa conclusión ha
debido llegar Lance Armstrong, además de informarnos de que -en su
opinión- ganar siete Tours sin doparse es imposible. Ni uno, creo yo, si
hacemos caso al resto de información que nos proporciona y que
demostraría lo extendido del dopaje en el ciclismo de competición.
Aquí, por el contrario, llevamos, desde antes de que Armstrong
hubiera comenzado a ganar Tours, sospechando de los turbios manejos
financieros de las cúpulas de los partidos políticos y de su conexión
con intereses privados, económicos y fácticos pero sin atrevernos a
mirar debajo de la manta: supongo que admitíamos las múltiples
imperfecciones de ésta democracia y dábamos por supuestas las trampas
que tolerábamos sin mayores inconvenientes.
Pero ahora, cuando se recortan servicios públicos esenciales
aduciendo falta de recursos, cuando muchos conciudadanos carecen de lo
básico y constatamos mientras uno tras otro casos de corrupción
política, esta tolerancia con la mentira descarada y la trampa en la
vida pública debería resultar insoportable e inadmisible. ¿Cuando
despertaremos?
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