Siento no estar de acuerdo con el señor presidente
del gobierno cuando dice que "no hay nada más injusto que la
generalización" en relación con el semidescubierto caso de corrupción,
el del extesorero del PP, Luis Bárcenas; por el mismo procedimiento
podríamos afirmar igualmente que generalizar la rectitud de motivos e intenciones para
todos aquellos que se dedican a la política no es exacto ni justo. Que,
por lo que sabemos, se dé una notoria asimetría cuantitativa entre sobrecogedores y el resto de los miembros de los partidos políticos
podría perfectamente explicarse porque los segundos aún no han tenido la
ocasión u oportunidad de poder beneficiarse de algún sobresueldo.
Y cuando digo que lo siento es cierto, a mí también me
gustaría vivir en un país en el que todo sucede como él dice, pero no
parece ser el caso. Sobre todo cuando tanto el partido hoy en el
gobierno como el principal de la oposición han dilatado hasta el
infinito la aprobación de una efectiva ley de transparencia que pusiera
límites al egoísmo y la avaricia propios del ser humano -especialmente de quienes
tienen la responsabilidad de manejar fondos públicos- y de los que hay
constancia histórica desde el principio de los tiempos.