Se nos asegura -incluso desde la portavocía del gobierno- que la JMJ va a ser rentable, teniendo en cuenta tanto el costo como los beneficios previstos. Dejando aparte el hecho de que no se trata tantode conocer el balance final si no de si no sería más oportuno -también desde el punto de vista pastoral y religioso- emplear esos recursos con fines humanitarios allí donde seguramente son más necesarios, es que, como casi siempre, en el mencionado balance coste/beneficio, unos suelen quedarse en un lado y otros en el otro: la famosa conclusión de que si usted se como un pollo y yo no, a efectos estadísticos y globales nos hemos comido medio pollo cada uno. Así, en el lado del coste y los inconvenientes -en el de los que ni olemos el pollo después de cocinado- estamos todos los ciudadanos -evangelizables o no- que utilizamos los servicios públicos de transporte y la infraestructura viaria en Madrid, y en el de los beneficios -los que se comen el pollo- están los empresarios del sector del comercio y la restauración y, con seguridad, los representantes políticos que, cada uno dentro de sus posibilidades, procuran arrimar el ascua papal a su sardina particular. O sea, que con independencia del cumplimiento de sus propósitos evangelizadores y ecuménicos, la JMJ parece que a efectos económicos será rentable, sí, pero sólo para algunos.
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