El ministro de Fomento, José Blanco, ha propuesto cuestionar el modelo y la sostenibilidad de las infraestructuras del país. Antes parecía todo posible: Europa y el ladrillo se encargaban de financiar el milagro, ahora que "los mercados" están pendientes de si podremos delvolver el dinero que pedimos prestado, todo es difícil y costoso. Pero hay que ver el lado positivo: es muy probable que la situación actual nos fuerce finalmente a analizar la realidad económica de nuestro país, a construir sobre bases sólidas y a dejar a un lado para siempre esa idiosincrasia nuestra tan proclive a creer -y esperar que ocurran- en milagros. Para ello hay que ponerse cuanto antes a separar lo deseable de lo posible y a racionalizar nuestros presupuestos estratégicos en economía. Así, volviendo a las infraestructuras del país, y por poner dos ejemplos, espero que ya no sea planteable -ni políticamente siquiera- eso de que cada capital de provincia tenga un AVE y por contra, se potencie el transporte de mercancías por ferrocarril: la cuota para el tren en transporte de carga era del 4% en España en 2007, mientras en la Unión Euriopea era del 18%. Está claro que un estratégico impulso al transporte por ferrocarril -y más en un país con nuestra orografía y nuestras distancias- ahorraría costes a las empresas y mejoraría su competitividad al mejorar radicalmente su logísitica, además de reducir notablemente las emisiones de CO2. Es decir, promover inversiones para la mejora de la intermodalidad ferroviaria estaría plenamente justificado en cuanto a oportunidad, viabilidad y sostenibilidad: la ineficiencia ya no es gratis. Nunca lo fué, aunque parece que de eso nos enteramos ahora.
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