Estábamos ya mal situados, pero ahora estamos peor. España cayó nueve puestos con respecto al año pasado y se coloca en el número 42º en el Informe de Competitividad Global 2010-2011, elaborado por el Foro Económico Mundial (FEM), de los últimos dentro de la Unión Europea. Siendo la competitividad uno de los elementos que tópicamente cualquier gobierno recién llegado promete atender, lo cierto es que la educación, una de sus bases principales sigue siendo una asignatura pendiente en este país. Y no sólo su calidad, si no su orientación estructural. Según un informe comparativo de la OCDE, la distribución de la formación en la población adulta española es de un 49% con estudios primarios, un 22% con estudios secundarios (bachillerato y/o Formación Profesional) y un 29% con estudios universitarios. Estos porcentajes, dentro de la UE-19 son del 28%, 47% y 25%. Está claro que en formación, respecto al mercado de trabajo, somos un país desequilibrado, con abundante mano de obra sin cualificar, abundantes titulados universitarios -que finalmente, como señalaba el titular del El País, ocupan empleos propios de formación de FP- y pocas personas con verdadera Formación Profesional, necesarias para el sostenimiento del entramado de un tejido productivo e industrial realmente competitivo. Es decir, un ejército semejante al de Pancho Villa, de abundante tropa y generalato, con oficiales ejerciendo -a disgusto- de sargentos, pero sin verdaderos mandos intermedios. Una más de nuestras carencias conocidas pero nunca seriamente abordada.
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