domingo, 19 de marzo de 2023

Tizarro

Me llamo Pedro Tizarro Andrés; me dí cuenta -hace bastante tiempo- de lo inusual de mi primer apellido; el corrector ortográfico me lo subraya ahora, nada más escribirlo, por si se me había olvidado. Consultado ese apellido en el INE, el buscador me contesta que No existen habitantes con el apellido consultado o su frecuencia es inferior a 5 para el total nacional o por provincia; o sea, que no teniendo hermanos, sin tíos o primos paternos que yo sepa y habiendo fallecido mi padre, es estadísticamente improbable, incierta o inverificable mi propia existencia (en este país, al menos). En el buscador de internet sí he encontrado alguna empresa (en México) y algún Tizarro más en redes sociales, aunque en ambos casos ignoro si utilizado como apellido, seudónimo o simple nombre comercial.

Ya puede suponerse que este apellido me ha costado y me cuesta infinidad de aclaraciones -Tizarro con t, no Pizarro, diferenciando exquisitamente las tes de las pes- previas y posteriores a mi identificación personal verbal en cualquier ámbito, así como cantidad de errores documentales contra los cuales he luchado prácticamente toda mi vida, de tal manera que me planteé de joven la posibilidad de cambiarlo por Pizarro para evitar ese tipo de problemas. Mi padre entendía que lo hubiera hecho -a él le ocurría lo mismo, evidentemente- pero no lo hice como muestra de respeto hacia él y cuando murió ya ni me lo planteé o quizá ya me había acostumbrado y había acostumbrado a mi entorno cercano, amigos y conocidos a mi peculiaridad y acabé por apreciarlo como una forma sutil de inconformismo, singularidad o rebeldía. Supongo que igual le ocurrió a mi padre, aunque, curiosamente, nunca hablamos mucho del tema.

No tengo hijos -que hubieran heredado el problema- así es que supongo que éste morirá conmigo. Y, para entonces, apellidarme Tizarro ya tampoco será un problema para mí.

viernes, 17 de marzo de 2023

Los relojes digitales siempre atrasan

Así es, cuando son las 6 y casi un minuto, cualquier reloj digital sin segundero continuará mostrando, recalcitrante, las 6:00 (con segundero también atrasaría, aunque sólo un segundo; por cierto, con los termómetros digitales ocurre lo mismo, pero peor: el tiempo siempre va en un sentido, la temperatura puede ir en los dos); volviendo a nuestro reloj: cuando lo miramos no sabemos si son las 6 y un segundo o las 6 y cincuenta y nueve segundos (aunque la mayoría de las veces esa diferencia es intrascendente).  Ello es debido, naturalmente, a que un reloj digital trunca, no redondea los decimales; digamos que la notación digital es una aproximación escalonada -y del tamaño de esos escalones o intervalos depende, precisamente, la calidad de esa aproximación- de una realidad continua, pero siempre con un margen de error igual -como máximo, menos mal-  al intervalo o escalón elegido; pues sí, la tecnología analógica mide mejor: es más análoga a esa realidad.

No es que ésto demuestre que cualquier tiempo pasado fue mejor.  Aunque, a veces, sí. O según para qué.

domingo, 12 de febrero de 2023

¿Conspiranoia?

Creo no ser conspiranoico, pero pudiera estar equivocado; lo digo porque se va afianzando en mi cerebro la idea de que el bipartidismo en este país va más allá -o tiene raices más profundas- de lo que todos suponemos (parece que ese afianziamiento es notablemente lento, este enlace es de hace diez años). Intentaré explicarme.

Todos conocemos el fenómeno bipartidista, ese invento aparentemente importado -o impuesto desde el exterior- para actualizar la dictadura franquista a algo que tuviera la apariencia de democracia homologable con la de los países occidentales a los que histórica, cultural y geográficamente pertenecemos. Resultó, como ya he apuntado en anteriores ocasiones, que el invento no era tal, y ni siquiera importado, si no más bien una reedición de la Restauración canovista de 1.874, que finalizó en 1.923  en la dictablanda de Miguel Primo de Rivera sostenida por la monarquía borbónica, que se saltó ese mismo año la Constitución entonces vigente (recuerdo estos pormenores históricos de sobra conocidos porque no deja de ser curioso el decalaje casi exacto de un siglo respecto a los tiempos actuales).

Pues bien, aparte de la reconocida inspiración bipartidista del Régimen del 78 -en los primeros tiempos basado en el binomio UCD/PSOE y posteriormente en el binomio PP/PSOE, ambos con el auxilio de los partidos nacionalistas como cooperadores necesarios- voy a lo esencial de mis sospechas casi-conspiranoicas y para ello no encuentro nada mejor que hacer/me la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que tanto para la alcaldía de Madrid como para la presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid el PSOE no haya sido incapaz de estructurar una alternativa a los gobiernos de la derecha en ambos ámbitos de poder político -local y autonómico- desde hace más 30 y 20 años respectivamente?

Y esa pregunta la podríamos ilustrar con la información de los candidatos del PSOE a la Comunidad de Madrid en ese período (desde 1.999): Cristina Almeida (1.999), Rafael Simancas (efectivamente, el del tamayazo, que repitió como candidato en 2.003 para ser derrotado inmediatamente después, así como en 2.007), Tomás Gómez (2.011) y Angel Gabilondo (2.015 y 2.019); igualmente con la lista de los candidatos del PSOE al Ayuntamiento de Madrid en ese período: Fernando Morán (1.999), Trinidad Jiménez (2.003), Miguel Sebastián (2.007), Jaime Lissavetsky (2.011), Antonio Miguel Carmona (2.015) y Pepu Hernández (2.019).

Después de analizado todo ello, mi cerebro conspiranoico me devuelve la respuesta a la pregunta que no me he atrevido a hacer: efectivamente, el PSOE no quiere ganar en Madrid. Que, una vez con esa respuesta -y rota la muralla del miedo a no querer sospechar- la he ampliado con el siguiente corolario: y ello se debe a un acuerdo secreto -puede que alguien más lo sospeche, como yo, pero acreditado no lo he visto en ningún sitio- entre el PP y el PSOE como forma de fortalecer el bipartidismo que, a la sazón, se muestra como irrecuperable. En 1.923 fue una dictablanda -hay opiniones sobre su blandura- que duró siete años; no sé que sorpresa nos reserva 2.023.

sábado, 11 de febrero de 2023

Taxis voladores

Lo que más echo de menos en este futuro que me ha tocado vivir son los taxis voladores al estilo de El Quinto elemento ó Blade Runner. Mucho menos me ha defraudado la ausencia de cambios sociales reales analizada la historia de la humanidad como nos es conocida y observando que antiguos griegos y romanos nos son tan próximos y semejantes: el hombre continúa siendo un lobo para el hombre -homo hominis lupus-; es imposible no ser hoy pesimista respecto al futuro de la humanidad, viendo como se ha cedido el control estratégico sobre ese futuro a un sistema económico y social -el capitalismo-  basado en una producción  material ilimitada que obvia el condicionante evidente de los  recursos limitados del planeta que habitamos y que en el camino de la consecución de ese objetivo imposible que es el crecimiento material ilimitado, crea unas lacerantes desigualdades sociales así como la destrucción total del propio planeta, que es usado únicamente como fuente de recursos y no como un hogar común, el único que tenemos.

Pero, ya digo, echo de menos los taxis voladores, sobre todo porque tenía curiosidad por ver cómo se resolvía la navegación y el ordenamiento circulatorio en tres dimensiones. Que lo de estos taxis no sé si llegará a ser realidad, pero lo de una sociedad más justa parece menos probable aún.

miércoles, 25 de enero de 2023

Topar

En nuestro patético seguidismo angloide, motivo de insignes novedades idiomáticas tales como hoja de ruta ó tolerancia cerotopar es una de las últimas incorporaciones. En nuestro idioma topar era, hasta ahora, chocar, encontrarse inesperadamente con algo o alguien, tropezar con algún obstáculo y otras acepciones menos comunes tales como echar a pelar a los gallos en modo de prueba -en Sudamérica- apostar en el juego o recibir y atender a un viajero a su llegada. Pues bien ahora, también significa limitar palabra ya existente en nuestro idioma y que significa clarísimamente poner límites a algo, con la ventaja sobre topar, que lo hace integralmente, es decir, no sólo por arriba sino también por abajo y por los lados; lo que no impide comprender, también clarísimamente, que cuando se usa para referirse a limitar el precio de algo es para significar que se está haciendo por arriba.

Vamos, que con topar no mejoramos el idioma, más bien lo embestimos (topamos), aunque sirva para entenderse con otros toperos topistas) del idioma.