Ya puede suponerse que este apellido me ha costado y me cuesta infinidad de aclaraciones -Tizarro con t, no Pizarro, diferenciando exquisitamente las tes de las pes- previas y posteriores a mi identificación personal verbal en cualquier ámbito, así como cantidad de errores documentales contra los cuales he luchado prácticamente toda mi vida, de tal manera que me planteé de joven la posibilidad de cambiarlo por Pizarro para evitar ese tipo de problemas. Mi padre entendía que lo hubiera hecho -a él le ocurría lo mismo, evidentemente- pero no lo hice como muestra de respeto hacia él y cuando murió ya ni me lo planteé o quizá ya me había acostumbrado y había acostumbrado a mi entorno cercano, amigos y conocidos a mi peculiaridad y acabé por apreciarlo como una forma sutil de inconformismo, singularidad o rebeldía. Supongo que igual le ocurrió a mi padre, aunque, curiosamente, nunca hablamos mucho del tema.
No tengo hijos -que hubieran heredado el problema- así es que supongo que éste morirá conmigo. Y, para entonces, apellidarme Tizarro ya tampoco será un problema para mí.
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