lunes, 8 de julio de 2019

Promesas, acuerdos....contratos

Hace años tuve la suerte de asistir a un curso de gestión de recursos humanos impartido por Pedro Maestre y puedo decir que fué uno de los más útiles y que mejor recuerdo me dejó; de utilidad no sólo en el trabajo diario, sino también en mi vida personal. Vaya desde aquí mi recuerdo y agradecimiento  a quien -lamentablente fallecido- fué capaz de transmitirme tales conocimientos prácticos con notable habilidad puesto que hoy, veinte años después, aún los tengo muy presentes. Recuerdo su reticencia sobre los modos de actuar de los políticos, en general, y sobre sus promesas -electorales o no- en particular. Sobre éstas últimas proponía aplicar un par de reglas muy sencillas para saber si tenían algún contenido mínimamente sólido y real:
 
1ª) Si lo contrario a lo prometido es evidentemente rechazable y negativo, en realidad no se está prometiendo nada.
 
2ª) Si no se concreta, pondera y cuantifica; es decir si no se especifica cómo, dónde, cuando y cuanto (su dotación presupuestaria) tampoco la promesa tiene contenido real.
 
Veamos el texto del ACUERDO DE GOBIERNO PARA LA COMUNIDAD DE MADRID 2019-2023 suscrito por el PP y Ciudadanos (sólo los dos primeros puntos, por no hacerlo farragoso, aunque cualquiera de los 155 puntos del acuerdo podrían servir de ejemplo):
El presente acuerdo suscrito entre el Grupo Parlamentario Popular y el Grupo Parlamentario de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid contiene los siguientes compromisos y medidas de gobierno para la XI Legislatura:   
Sanidad pública de calidad  
1. Garantizaremos que la Sanidad pública madrileña siga siendo gratuita, cumpliendo con criterios de máxima calidad, de vanguardia y tecnificada pero sin dejar de mantener su cercanía, para que la asistencia sanitaria se adapte cada vez más a las necesidades de los pacientes y de sus familias. Igualmente, seguiremos garantizando la libertad de elección de los pacientes madrileños del Hospital, Centro Sanitario y profesional sanitario.   
2. Modernizaremos y reorientaremos la Atención Primaria madrileña para ofrecer unos servicios más accesibles y orientados a los ciudadanos, con mayor tiempo de atención al
paciente, con el reconocimiento e implicación de todos los profesionales que la hacen posible.   
Adicionalmente, reduciremos las tareas burocráticas para el personal sanitario, mejoraremos las instalaciones y aumentaremos las ratios de médicos y enfermeros en los centros de salud más saturados.

En aplicación de la primera regla antes mecionada, ¿alguien imagina un texto como el siguiente?:

 Sanidad pública sin calidad 
1. No garantizaremos que la Sanidad pública madrileña siga siendo gratuita, ni cumpliendo con criterios de máxima calidad, de vanguardia y tecnificada pero sin mantener su cercanía, para que la asistencia sanitaria se adapte cada vez menos a las necesidades de los pacientes y de sus familias. Igualmente, seguiremos sin garantizar la libertad de elección de los pacientes madrileños del Hospital, Centro Sanitario y profesional sanitario. 
2. No modernizaremos ni reorientaremos la Atención Primaria madrileña para ofrecer unos servicios más accesibles y orientados a los ciudadanos, con mayor tiempo de atención al paciente, sin el reconocimiento e implicación de todos los profesionales que la hacen posible.
Adicionalmente, ampliaremos  las tareas burocráticas para el personal sanitario, empeoraremos las instalaciones y dismimuiremos las ratios de médicos y enfermeros en los centros de salud más saturados.

Demencial ¿no?; efectivamente, luego podemos concluir que se está prometiendo humo (o algo que ya existe), gastando buenas palabras en vano.  Igualmente en ninguno de los 155 -qué querencia por el número, que ni siquiera es primo- puntos del acuerdo se concreta la cuantificación de las mejoras -toda una declaración de buenas intenciones- ni cuando, ni cómo ni con cargo a qué presupuesto se llevarían a cabo las actuaciones políticas propuestas.
Y de hacerlo sería igualmente papel mojado en tanto no se tratara de un contrato bilateral vinculante entre los firmantes del acuerdo (los que prometen) y aquellos a quiene se les promete (los madrileños, en este caso).

domingo, 7 de julio de 2019

El centro, aún.

Así pues, sigue siendo doctrina vigente entre los partidos políticos de éste país -no sólo en los clásicos, los que conforman el bipartidismo, si no también en los nuevos, en mayor o menor medida- que hay que ganar el centro para llegar al poder.
Veamos; para el PSOE de Sánchez la resistencia a un gobierno con Unidas Podemos -para una solución que hubiera sido inmediata en cualquier democracia avanzada, aquí han transcurrido ya más de dos meses mareando la perdiz sin llegar a nada- es producto de no querer parecer demasiado izquierdista porque entiende que sería mucho más ventajoso para él -para los intereses y la estabilidad del país, según el pretexto habitualmente aducido- un acuerdo con Ciudadanos (57 diputados y 4,1 millones de votos) que uno con Unidas Podemos (42 diputados y 3,1 millones de votos pero, sobre todo porque le permitiría la ocupación del centro social; ¿porqué esto no acaba de concretarse? pues, sencillamente porque Rivera (Ciudadanos) aspira justamente a ocupar ese mismo centro con la ayuda subsidiaria de un espectral PP y de un vocinglero Vox, con el que oficialmente no se habla, sólo toma café (y con el que entre café y café negocia, aunque no lo reconozca).
Por su parte, la formación que finalmente resulte -si resulta- del desgajamiento de Unidas Podemos por  la derecha, es decir, eso que ya ha comenzado a denominarse Más País -imagino que no debido a que El País sea el medio que más lo promociona- pero que, puestos a ocupar la centralidad transversalmente, puede acabar llamándose Más España, juega a hacerse más imprescindible -y a la vez más asequible- para el PSOE que Unidas Podemos, a la vez que garantiza -para quienes han promovido ese desgajamiento a fin de intentar recuperar un bipartidismo como Dios manda- un debilitamiento de la izquierda real en éste país que obligará, como mucho, a admitir -como siempre- una izquierda puramente nominal: el PSOE.
Al parecer nadie -los politólogos adscritos a cada partido, los que menos- ha advertido que el centro social  ya no existe o no, al menos, como ellos lo imaginan: dado que cada vez hay más ricos y, simultáneamente, más pobres, la clase media está en trance de desaparición acelerada. Se me ocurre un test rápido para demostrarlo: ¿cuantas parejas jóvenes pueden acceder a comprase un piso?; pongamos a un lado los que sí y a otro lado los que no; ¿qué queda entre ambos?: la clase media; es decir, los que pronto ya no podrán comprar una vivienda ni hipotecándose de por vida.
Claro que hay quien considerándose clase media (también trabajadores en precario y lumpen) vota a VoX, pero eso no contradice mi afirmación de que el centro social ya no existe como clase estructural de la sociedad, simplemente demuestra que la cultura política -y la cultura, a secas- de la ciudadanía media del país es lamentablemente desastrosa; poco antes de las elecciones generales del pasado mes de Abril  ví en televisión una entrevista en la que un pescadero en un mercado aseguraba que pensaba votar a Vox para probar (como el que prueba una silla o un colchón). Ya he dicho en alguna ocasión que el peligro real para la Humanidad no son los malos, son los tontos (que son permanentemente promovidos, regenerados y perpetuados, mediante una extensa variedad de recursos, por los ricos que, generalmente, tampoco son muy buenos). Lo reitero, pero no creo que sea suficiente nunca. Como es constatable el hecho de que la clase media ya no es necesaria para guardar las apariencias humanistas del capitalismo desde, al menos, la caída del muro de Berlín; todo estaría mucho más claro para todos si la propia clase media -lo que quede- fuera consciente de ello.

El mago de Oz

La principal fuente de poder de La malvada bruja del Oeste -villana principal de El maravilloso mago de Oz, de Lyman Frank Baum- eran las criaturas a su servicio: una manada de lobos, un enjambre de avispas, una bandada de cuervos, monos voladores y un ejército de Winkies; Theodora tenía, sin embargo, una fobia/debilidad: el agua; según otras versiones Elphaba -clarísimo nombre de bruja, esta vez-  sufre de una grave y mortal alergia al agua; y con razón, porque cuando Dorothy le lanza furiosa un cubo de agua, la bruja del Oeste muere derretida (!!) 
Christine Lagarde, actual directora gerente del FMI, ha solicitado que se amplíe hasta el 16 de agosto el plazo para comparecer  y responder a las cuestiones planteadas por la Audiencia Nacional en el juicio de Bankia, ya que el cuestionario, remitido a través de valija, llegó "deteriorado y mojado"(agua que, al parecer, no acaba de evaporarse, incluso con estos calores). Más o menos identificados en esta última historia los enjambres de avispas, los cuervos, los lobos, etc. -el sector bancario es el habitat ideal para todos ellos- sólo quedaría por identificar a Dorothy -¿Rodrigo Rato, Francisco González, Luis de Guindos...?- cuya evidente intención era hacer que el agua llegara a mojar a la malvada bruja del Oeste E identificar, también, al propio Mago de Oz, claro.

viernes, 5 de julio de 2019

¡Borregos!

Tengo la escena vívidamente grabada en la memoria; veo incluso el color de los grandes números que en la estación de Metro de Cuatro Caminos identificaban la bifurcación de las Líneas 1 y 2; un poco más allá estaba la salida a la calle Santa Engracia por la que yo salía al exterior y allí, precisamente, custodiando su cartón de vino tinto, medio sentado, medio recostado, se encontraba aquél paria de la Tierra que calculaba exactamente el momento en que la primera fila del pelotón abordaba el comienzo de la escalera de salida para espetarnos a todos, con una voz aguardentosa, pero potente y solemne: ¡¡BORREGOS!! Alguno -inhabitual en aquél momento y lugar- le miraba con rencor, la mayoría de los habituales -la representación era para mí casi diaria, no sé si el paria repetía la función con cada descarga de viajeros- aparentábamos ignorarle, pero seguramente la mayoría en nuestro interior le dábamos la razón: nada más parecido a un rebaño que aquél grupo constituído por personas que acudían al trabajo en perfecta -y apresurada- formación; en todo caso no ví nunca a nadie responder a esa interpelación inicial, que posteriormente complementaba con unas pastosas -el vino- pero sorprendentemente rápidas reflexiones sobre nuestra propensión al gregarismo y al  trabajo; aquél paria nos recordaba de forma clara e inmisericorde -sólo los borrachos y los niños dicen la verdad- que todos nosotros, pese a las apariencias, fundamentalmente sólo nos diferenciábamos de él en que nos sentíamos obligados a trabajar (asumiendo las consecuencias derivadas de ello). Y con éstas reflexiones en mente llegaba yo a mi lugar de trabajo, arrebañándome -de nuevo- con los que entraban conmigo a lo mismo.
Seguramente hayan pasado treinta o más años de esta escena; a día de hoy, además de la obligación de trabajar seguramente los integrantes del actual rebaño se sientan afortunados de tener un trabajo: no sólo hemos sido engañados, es que  hemos interiorizado a fondo la creencia de que el trabajo es necesario: la única opción. Hasta tal punto que hay quien trabaja sin ninguna remuneración a cambio; sí, gratis, y no hablo sólo de los becarios.
El que hoy ocupe la plaza de aquél paria, consecuentemente,  es muy posible que haya subido algún grado su nivel de desprecio y grite un genérico ¡¡GILIPOLLAS!! o bien, si posee alguna titulación académica en Ciencias Políticas o Sociales, algo más científico, tal como ¡¡DESCLASADOS!!, porque sí, lamentablemente y en contra de lo que pretende hacernos creer -además- esta neoliberalidad acosadora, sigue habiendo clases; dos, al menos: los ricos y los pobres. Y, pese a lo que asegura la propaganda, los ricos no trabajan, sólo se hacen más ricos con la precariedad de los trabajadores o con la angustia de los que aspiran a serlo.

sábado, 29 de junio de 2019

Este Calígula

No es que Ciudadanos -Alberto Carlos Rivera- esté últimamente desnortado, es que finalmente ambos han mostrado su verdadera esencia -por mucho que algunos ex-cargos de ese partido hayan mostrado recientemente su sorpesa y desacuerdo- y esta es la propia de un partido posibilista y carente realmente de ideología desde hace tiempo; por eso no es que esté desnortado, Ciudadanos es un barco fabricado así, para funcionar sin brújula ni timón. Esto es un hecho sin necesidad de mucha argumentación que lo demuestre, pero en su carrera hacia la fama, Rivera ha enloquecido como Calígula, y en una de sus últimamente frecuentes demostraciones de poder se ha venido arriba asegurando: si algunos piensan que el sanchismo tiene que campar a sus anchas, que presenten un partido político; que yo le aconsejaría prudencia con este tipo de sugerencias (las carga el diablo); recuerdo que Cospedal sugirió algo parecido a raíz del 15-M y ahí está Podemos (y ahí está, por eso y por otros merecimientos,  el PP).
Yo creo que Rivera debe estar ahora buscando -como Calígula- su propio Incitato para nombrarlo cónsul (Garicano parece que no, ¿Girauta, quizá?) y afirmar así su poder omnímodo. Pero que se guarde de los Querea de su propio partido, que ya deben ser abundantes: cuanto más rápido es el ascenso más dura suele ser la caída. Aunque lo más peligroso para él creo que va a resultar quererse liberar de la presión de las élites económicas que saludaron su irrupción en la política nacional y que ahora le piden la abstención. Por poco que haya ejercido en el sector bancario -en La Caixa, concretamente- parece increíble que desconozca una de las primeras leyes del mercado, esa que casi todos -de grado o por fuerza- conocemos: quien paga, manda. 
Al reivindicar su autonomía política con tanto fervor puede acabar convirtiéndose, efectivamente, en autónomo.
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P.S.: ...y así fue, Rivera consiguió convertirse en autónomo en menos de medio año.