jueves, 26 de octubre de 2017

Reprobable

...palabra que podría significar muy probable, pero no es el caso. Son ya cuatro los ministros del actual gobierno de España reprobados por el Congreso de los diputados: los titulares de los ministerios de Justicia, Hacienda, Interior y Exteriores; los cuatro son, como es evidente, ministerios cruciales y nucleares en el funcionamiento de cualquier gobierno; antes que ellos fué reprobado, igualmente, el titular del ministerio del Interior en un gobierno anterior presidido también por Mariano Rajoy.
Decía Oscar Wilde que perder a uno de los padres puede considerarse una desgracia; perder ambos parece descuido; acumular cinco indica claramente una tendencia parricida.
La labor de control al gobierno por parte de la oposición queda regulada en el artículo 111  (sí, hay otros además del 155) de la vigente Constitución española, que establece:
1. El Gobierno y cada uno de sus miembros están sometidos a las interpelaciones y preguntas que se formulen en las Cámaras. Para esta clase de debate los Reglamentos establecerán un tiempo mínimo semanal.
2. Toda interpelación podrá dar lugar a una moción en la que la Cámara manifieste su posición.
La Constitución no menciona, ni siquiera, que tal posición pueda concretarse en la reprobación de un ministro o de todo el gobierno, y en todo caso, no implica conscuencias concretas -como pudiera ser el obligado cese del reprobado- derivadas de tal posición de la Cámara. No obstante, en la historia del parlamentarismo -incluso en el de éste país- la reprobación por mayoría absoluta de la Cámara de un ministro -no digamos ya de cuatro- siempre ha dejado al Gobierno en el que se integra en una situación muy desairada, y hay numerosos ejemplos -incluso recientes, como el caso del ministro de Industria, Soria, cesado antes de ser reprobado- en los que la única salida digna es la dimisión o cese del ministro en cuestión.
Pero es evidente que para el PP, corroído hasta el tuétano por una corrupción de la que es imposible seguir manteniendo que es una serie -aunque fuera amplia- de casos aislados y es fácil suponer que consiste, más bien, en un simbiótico modo de vida, -tal y como afirma la fiscal del caso Gürtel en sus conclusiones en el juicio de ese caso-, el tiempo de las salidas dignas ya pasó. Está claro que la necesidad del PP de controlar y manipular el poder judicial -teóricamente independiente de los poderes ejecutivo y legislativo- es una política impuesta por Rajoy, que teme mucho más a la Justicia penal que a toda la oposición parlamentaria junta; la reprobación del correspondiente ministro es únicamente un asumible daño colateral en esa carrera desesperada por la supervivencia política; la única salida que ha visto el PP -no muy digna, precisamente- es seguir huyendo hacia delante en un intento de escapar a su propia putrefacción: pongamos que hablo de Cataluña. Siempre habrá -en cualquier sitio- patriotas dispuestos seguir quemando basura combustible, cuyo humo oculte la realidad.

lunes, 23 de octubre de 2017

El 155

El artículo 155 de la vigente Constitución española está actualmente en boca de muchos por su previsible aplicación en Cataluña y, pese a su brevedad, es conocido como El Quijote, porque muchos de los que dicen haberlo leído realmente no lo han hecho; que haya artículos anteriores -por algo será- que garanticen nominalmente derechos esenciales para los españoles -como el derecho a un trabajo y una vivienda digna, por ejemplo-  que se hayan encontrado desde su publicación permanentemente en algo parecido al limbo de los justos, parece no importar mucho cuando se trata de la unidad territorial de España.
No estará de más recordar, pues, el texto del Artículo 155 de la Constitución (ese cuya aplicación en Cataluña, hace tan poco muchos descartaban):
1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas. 
Lo bueno, si breve, dos veces bueno afirmaba Baltasar Gracián, que añadía y aun lo malo, si poco, no tan malo; quizá el artículo 155 corresponda a éste último supuesto, pero el fondo del asunto, es que éste artículo parece cumplir la función de un último recurso destinado a salvaguardar la soberanía nacional frente a  la posible insumisión de los poderes territoriales o autonómicos, convirtiendo  así al Estado español no en un ente de soberanía integrada sino basado en una soberanía central superior de la que dependen en forma delegada o tutelada (dependiendo de su grado de insumisión al gobierno central) las distintas soberanías territoriales; no en vano nuestro Estado de las Autonomías se ha considerado un caso de estudio en derecho administrativo comparado en cuanto a intentar una fusión de los conceptos de Estado centralista y federalista: un intento de conjugar y hacer posible una forma de reunir las Españas históricas en una sola España; quizá el experimento no haya sido tan exitoso como los gurús de la Transición han asegurado.
Pero, todos aquellos que actualmente consideran que la unidad de España debe ser mantenida a cualquier precio -aún posponiendo sine die, como mencionaba al principio, los derechos más elementales, sociales y personales de los españoles- que pensarían si desde la Unión Europea -entidad a la que España cedió partes fundamentales de su soberanía nacional en 1989-  se impusieran  al gobierno de España medidas obligatorias si éste no cumpliere o actuare correctamente para preservar el interés general de Europa; y ¿quien define, en uno y otro caso qué es el interés general?

sábado, 14 de octubre de 2017

La fractura (II)

Un diálogo (en Madrid) de un amigo con un vecino suyo en el rellano de entrada de la finca donde reside:
-¿Sabes si juega la selección (de fútbol)?...es que veo muchas banderas...
-(muy serio)Es por la unidad de España.
-¿...y porqué no las sacaron durante el saqueo del Estado por los chicos de Rajoy?
-...eres un gilipollas.
-Y tú un abducido de esa secta que, además, no ha pillado nada.
Evidentamente, mi amigo sabía  la razón del porqué de tanta bandera, solo buscaba contrastarla: aunque las dos preguntas tenían una intención no muy pura, la segunda contestación es propia de quien se considera en posesión de la verdad y que igualmente considera que quien no piense igual no tiene derecho al mínimo respeto debido a cualquier semejante, aunque no fuera vecino. En todo caso, la contrastación, la conversación y la coda  fueron bastante rápidas: hay veces que no es necesario prolongarse.
Según Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo, se define patriotismo como basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de cualquier ambicioso y patriota como aquél que considera superiores los intereses de una parte a los intereses del todo y también como juguete de políticos e instrumento de conquistadores: parece que el vecino de mi amigo corresponde a la segunda definición; perteneciente a una especie curiosamente muy abundante en éste país aunque no lo supiéramos: parece que estaban todos hibernando y les ha llegado su verano ideológico; será cosa del cambio climático. En éste sentido agradezco que desde el PP nos señalen los peligros de los nacionalismos -los otros nacionalismos, los malos, naturalmente- como precusores y síntoma de una posible amenaza fascista.
Y es que la fractura -como el dinosaurio de Monterroso, pero al revés-  ya estaba ahí, extendida por toda España, no sólo en Cataluña, sólo que ahora la vemos señalizada con banderas en las fachadas de los edificios. Y aunque sobre himnos y banderas, tan utilitarios para todo tipo de patriotismo, ya dí hace un tiempo mi opinión en El País (¡que tiempos!, no creo que hoy fuera posible la publicación de esa carta) y en algunas entradas de éste blog; sólo destacar el hecho que, en éste caso, para más inri,  unas y otras (las banderas) son un repetición -o una síntesis- una de otra; por si alguien no se había dado cuenta. 

miércoles, 4 de octubre de 2017

La fractura

A la inquietud producida por un dedo que me señalaba amenazante -cuando no agresor, como un florete- se unieron las palabras, esencialmente similares en su tono al rapapolvo de un padre a su hijo adolescente, insoportables tanto por el tono en sí -seguido de una buenista e inconcreta apelación a la convivencia demócratica- como porque la dirección del rapapolvo debería ser justo la contraria: el padre es la ciudadanía y el hijo arrogante y con poco seso está siendo representado por el gobierno  y el propio Jefe del Estado, Felipe VI, que no se sabe si dirigido por el PP o por voluntad propia, escenificó ayer una pobrísima y parcial representación de las capacidades de quien supuestamente es el Jefe de Estado de todos los españoles, incluidos los más de dos millones de catalanes que decidieron votar el pasado 1 de Octubre. 
Por resumir, el discurso del rey planteó la legalidad -una parte- como un bien supremo y expresó su convencimiento de que todos los españoles son -o deberían ser- buenos en éste sentido y los que no son así, es que no son españoles y por ello castigados no a su expulsión de España, si no precisamente, castigados a vivir en ella; su expresión del firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, en ambos casos es, ya digo, parcial: el incumplimiento de muchos de los artículos esenciales de la Constitución que no tratan de la unidad de España es ya histórico, y la democracia está igualmente restringida en éste país por leyes y mecanismos que vacían el contenido de la propia democracia: una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales; su afirmación en el discurso de que nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos me recuerda mucho aquello de dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
Si los hechos que han venido sucediéndose hasta ahora en Cataluña han producido una sensible fractura social -no sólo en Cataluña- reconocida al inicio del propio discurso -hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada- creo que el resto del propio discurso  no ha hecho más que profundizar y aumentar esa fractura, cuando es sabido que  el tratamiento de una fractura comienza siempre por su reducción.

lunes, 2 de octubre de 2017

La Segunda Restauración

Siento -poco, es cierto- no estar de acuerdo con quienes aseguran, como Churchill -al que se le atribuyen innumerables frases, muchas de las cuales no son suyas- que si a los veinte años no eres de izquierdas es que no tienes corazón pero si a los cuarenta no eres de derechas es que no tienes cerebro, tampoco lo estoy con la más matizada de Willy Brandt: Quien de joven no es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista, es que no tiene cabeza; quizá sea que ante la perspectiva de una vida larga que la probabilidad estadística me ofrece, no me sienta capacitado para seguir esa completa y normal evolución política; quizá sea, más bien, que la simple experiencia de la vida haya hecho que no sólo mi corazón sino mi cabeza me orienten ahora justo en el sentido contrario: creo que lo razonable es considerar que la desigualdad social a que abocan tanto el conservadurismo como el capitalismo, revestidos ambos de neoliberalismo, es fundamentalmente injusta, y no sólo eso, también es contraria a la evolución y progreso de la humanidad en su conjunto.
Quizá también sea debido a que pertenezco a una generación que vivió en este país el cambio de régimen político poco después de la mayoría de edad (que por entonces era a los 21 años), una generación a la que se nos vendió la milagrosa Transición, ese proceso mediante el cual los que hasta entonces sostenían una dictadura se transformaron -y nos transformaron- en demócratas de la noche a la mañana; con Constitución y todo: demasiado bueno para ser cierto, claro. En realidad, se trataba de cambiarlo todo para que todo siguiera igual, como en El Gatopardo; una versión 2.0 -con un siglo exacto de distancia- de la Restauración, todo basado en un sistema con dos partidos supuestamente contrarios que se alternaran para sostener y perpetuar un tinglado político con apariencia de democracia que se ha mantenido -como la Restauración- unos cuarenta y cinco años (tiempo que parece establecido, casi normativamente, para que todos nos acabemos dando cuenta de la trampa). Si seguimos repitiendo secularmente la historia, sobre 2031 deberíamos tener una República. Y si en éste tiempo hemos aprendido todos algo, esperemos que esa III República tenga mejor vida que las anteriores.