En la apertura -que es usual adjetivar de solemne, como de incomparables los marcos- de la XII Legislatura, ha comenzado el Jefe del Estado recordado el espíritu de la Transición, glosando aquella concordia, aquella generosidad y aquella responsabilidad -ya se sabe que las cosas buenas llegan siempre de tres en tres- que si bien nunca fueron tan así, le han venido bien como mensaje de reconocimiento al PSOE -y también, aunque en menor medida, a Ciudadanos- por facilitar el desbloqueo institucional que ha permitido finalmente la formación de gobierno por parte del PP. Ha insistido, por si alguien no lo entendía: creo que la crisis de gobernabilidad se ha resuelto con diálogo, con responsabilidad y con generosidad; que tanto ha insistido en lo de la generosidad y la fraternidad, que yo ya esperaba oír, de seguido, libertad e igualdad completando la tríada revolucionaria; se ha abstenido seguramente en recuerdo de algún ilustre antepasado Borbón.
Que bonito sería que una mínima parte de los bellos deseos expresados por el Jefe del Estado se hicieran efectivos realmente y no que acabara sonándonos todo a cuento de Navidad repetido -en realidad a cuento chino- con la entonación que de niños dábamos a los versos mal recitados.
Pero al finalizar su discurso, a éste Borbón se le veía encantado recibiendo los aplausos de sus señorías. Y es que seguramente han durado más de lo previsto para compensar la abstinencia efusiva de los miembros de algunos grupos parlamentarios. Pero, como decían en Expediente X: la verdad está ahí fuera; aún, como el dinosaurio de Monterroso.
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