Es
cosa conocida lo mucho que se mejora en éste país inmediatamente
después de morir. Si ese producto de nuestra idiosincrasia y carácter se vé
acompañado de la untuosidad y lubricación que proporciona el
dinero, no es de extrañar que sobre Emilio Botín hayamos tenido que
leer panegíricos desmesurados incluso por parte de quien no
tiene necesidad de entonar loas por puro cálculo, seguramente para no
desentonar.
Al
parecer ya nadie recuerda -y de ello hace poco más de un año- a los
afectados por las preferentes del Banco de Santander recibiendo a Emilio
Botín a su llegada a la Audiencia Nacional para declarar sobre su
reunión con el ministro de Economía previa al desastre de Bankia, al
grito de "ladrón" y con eslóganes tales como "nuestros ahorros, vuestro
Botín". Más de uno de éstos afectados habrá visto acelerado su paso por
la vida a consecuencia del despojo de sus magros ahorros, incapaces,
comprensiblemente, de olvidar el expolio -y la afrenta- tal y como
escribe Jaime Botín que le ocurría a su hermano fallecido: "Puedo
asegurar que nunca conocí a nadie que olvidara antes las afrentas.
A menudo me pregunté si ello era consecuencia de su escaso aprecio por
sus propias virtudes o del desprecio por los improperios ajenos". Que yo
creo que debía ser por lo segundo.
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