miércoles, 23 de abril de 2014

El flautista de Hamelín

Los defensores del sitema capitalista siempre han acusado a la izquierda, y en concreto a los sistemas comunistas de ser repartidores de pobreza, propugnándose a sí mismos como repartidores de riqueza, asegurando que una vez haíto el gran capital, con sólo las migajas sobrantes nos alimentaríamos todos. Han transcurrido apenas veinticinco años -un suspiro, en términos históricos- de la caída del muro de Berlín y del colapso de los regímenes comunistas y las desigualdades sociales no han cesado de aumentar: no sólo es que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres -se trate de ciudadanos o de países- es que los pobres no han cesado de aumentar en términos absolutos. Es decir, el capitalismo ha demostrado por enésima vez que es un sistema voraz por naturaleza, y que  sólo el temor a una posible alternativa política radical lo hizo condescendiente en la posguerra para atender mínimamente las necesidades sociales. Una vez diluída esa alternativa -aún imperfecta-, hoy las migajas no llegan ni para mantener hambrienta a la mayoría: el capitalismo lo enguye todo a mayor gloria de una irracional concentración de riqueza por parte de una minoría privilegiada; parece que la riqueza de la que todos disfrutaríamos bajo el capitalismo sólo era la melodía del flautista de Hamelín. Y si no lo evitamos a tiempo, ese mismo capitalismo nos dejará un planeta yermo y esquilmado como herencia tras el reventón final.

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