Aunque Francisco Rico no sea fumador (*) -según nos enteramos al final de su artículo de hoy en El País- de seguro tiene amigos que lo son y que supongo que lo han animado a exponer una serie de alegatos en pro de los perseguidos fumadores. Tengo que reconocer que cada vez me sorprende más el hecho de que figuras de prestigio en distintas actividades, a los que se le supone formación, criterio y objetividad por encima del ciudadano común, sean capaces en enhebrar un desatino tras otro gracias a una utilización intensiva del argumentum ad verecundiam y falacias sucesivas. Afirmar,como él hace, que la reciente ley antitabaco "es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza" es claramente una desmesura, pero cuando concede que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa y se hace la pregunta retórica ¿en todos?, él mismo debería haberse contestado que, efectivamente, en todos, puesto que son públicos y a ellos -en tanto que públicos- pueden concurrir fumadores y no fumadores. Y para golpe bajo -bajísimo, diría yo- su afirmación de que no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, comparando al tabaco con el aceite de oliva, que se consideraba malo para el colesterol hace unos años. Supongo que estará esperando a que alguna investigación científica -superadora del supuesto desconocimiento actual de la materia- le anime a convertirse en fumador por los efectos de la nicotina contra el mal de Alzheimer o el Parkinson, por ejemplo. Miedo me da el día que el señor Rico opine sobre el cambio climático, sin ir más lejos.
(*)...y parece que el señor Rico nos ha querido engañar, según he leído después en El País, en una Carta al Director de Magdalena Azabal Arroyo, el 14-01-2011.
(*)...y parece que el señor Rico nos ha querido engañar, según he leído después en El País, en una Carta al Director de Magdalena Azabal Arroyo, el 14-01-2011.
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