Al parecer, los líderes del G-8 han acordado que el aumento de la temperatura global no deberá exceder los dos grados centígrados en 2050. Para dar sensación de credibilidad a una propuesta tan voluntarista, han estimado el coste de esta contención de la temperatura del globo en un 2,5% del P.I.B. mundial. En realidad, de estos eventos y cónclaves de reuniones de poderosos -ricos y pobres- en la economía global se desprende siempre el mismo objetivo que tenía el Príncipe de Salina en El Gatopardo: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Ante innegables pruebas de convicción, todos hemos debido aceptar la realidad del cambio climático y sus graves consecuencias en un futuro inmediato. Pero partiendo de ese punto, los poderes políticos y económicos insisten en -como mucho- adoptar soluciones correctivas a un sistema que, puesto que está basado en el crecimiento económico ilimitado, o no las admite o son, en definitiva, irrelevantes. El sistema es el problema. Y ante ese abismo todos miramos a otro lado o nos quitamos el miedo entretenidos en cálculos, previsiones y porcentajes.
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