Albondiguillas, curitas, bigotes, cabrones, correas... de transmisión y actores de reparto en un guiñol tan antiguo como el mundo, pero que, desde un punto de vista histórico, ha proliferado de doscientos años acá. En tiempos antiguos las élites dominantes robaban -se apropiaban, si queremos ser neutros- de todo y de todos por derecho autoconferido. A partir de la Revolución Francesa y bajo regímenes más o menos democráticos, esta pulsión innata en el ser humano de acumular riqueza se posibilitó al resto de clases sociales: robar estaba ya al alcance de todos. Quiere esto decir que la corrupción -lucrarse fuera de las reglas establecidas- no es un problema de ahora. Pero lo grave siempre fué que si quien tiene la responsabilidad de mantener esas reglas -la clase política y los representantes democráticamente elegidos- comienza simplemente a relajarse frente a los corruptos, se inicia un camino con un sólo final: la asunción por parte de todos los ciudadanos de que las reglas están para saltárselas siempre que se haga con la suficiente habilidad. "Berlusconizar" la sociedad, podría denominarse. Consecuencias: las previsibles.
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