De nuevo comprobamos que las gónadas masculinas frecuentemente sirven en éste país, además de para producir espermatozoides (dicen que cada vez menos), como insospechada fuente de actos de voluntad arbitraria: un asesor del gobierno de Murcia (PP), José Antonio Martínez-Abarca, no sólo ha defendido en la televisión autonómica murciana que el juez que lleva el caso Auditorio -en el que se encuentra encausado Pedro Antonio Sánchez, presidente del gobierno de Murcia- tome las cañas que quiera -y donde quiera- con miembros del PP, si le salía de los huevos, sino que, en una emanación personal de idéntica procedencia, le dijo a un conterturlio que le prohibía hablar de él o de su ética y en un subidón hormonal final, con origen también muy probablemente en la misma zona testicular, amenazó con levantarse y estampar su taza en la cabeza del mismo contertulio que decía cosas que, al parecer, le incomodaban bastante.
En el blog que el señor Martínez-Abarca publica en La Verdad de Murcia y en el que se define en su perfil como lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa" asegura que sólo ocultará algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal, para finalizar su presentación diciendo: pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno
cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime. En fin, como también indica en su perfil que ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos pero guarda pocos recuerdos de ello (yo le recuerdo, al menos, en cuales: ABC, La Razón, Libertad Digital, La Opinión de Murcia y La Verdad de Murcia), como si le hubiese sucedido a otro, puede que, en efecto, fuera otro. Yo creo que podemos corroborarlo: efectivamente, ha debido ser otro, sobre todo en lo referente a lo sublime. Y si nos ponemos estrictos, hasta en lo de llevadero. Cierto es que se le vé solvente como creador de pequeños -o medianos- infiernos cotidianos, pero lo más meritorio es que él mismo logre encontrar algo valioso en ellos. Y, desde luego, no debe conocer señoritas muy pudorosas.

El presidente González continúa aburriéndose y parece que como forma de evitarlo -además de asistir a los actos propagandísticos de Susana Díaz- ha creado una fundación que recientemente ha publicado su libro ¿Quién manda ahí?, un conjunto de estadismos que pretenden fundamentar su propuesta de reseteo de la socialdemocracia. Publicar libros -o mejor, que una fundación te los publique- no es mejor ni peor que otras ocupaciones propias de jubilado, tal como pueda ser contemplar el desarrollo de una obra -sobre todo ahora, que suelen ir más lentas- pero tiene la ventaja de ser un entretenimiento más propio de jarrón chino, sobre todo si se tiene el convencimiento de que las propias reflexiones son imprescindibles para el resto la Humanidad: ¿qué mejor escaparate para seguir ejerciendo de estadista fundamental de la izquierda que un conjunto de obviedades buenistas reunidas en un libro para distraer al personal, mientras el resto de tiempo se atiende -o se atiende a quienes los atienden- a los negocios privados basados en manejar los cubiletes del trile ante los previamente distraídos?
Así, el señor González nos informa en El País -¡oh, sorpresa!- de que se nos escapan (a los socialistas, supongo) segmentos de nuestra sociedad que sufren la desigualdad y la marginación, pese a lo cual no aprueba la aparición de respuestas reaccionarias que reactivan el rencor
como motor de las emociones para la lucha política poniendo en peligro
el proyecto de la UE. Supongo que quiere decir, si no lo he entendido mal, que los afectados por la última ola del capitalismo salvaje y víctimas de la desigualdad y la marginación deben tener prioritariamente su vista puesta en el proyecto de la UE antes que en la propia supervivencia, y no ser rencorosos apoyando respuestas reaccionarias. Le faltó ésta vez mencionar a los PP (peligrosos populismos), denominación que tiene la ventaja de poder utilizarse tanto para describir a la ultraderecha como a todo aquello que esté a la izquierda de la teórica socialdemocracia. Y ahí llega su magnífica aportación para revitalizar a la agonizante socialdemocracia: ¿Por qué no reseteamos esta máquina? ¿Por qué no volvemos a poner en
valor lo que representamos, qué objetivos tenemos, y cómo adaptamos ese
impulso a las circunstancias que nos ha tocado vivir?, se ha preguntado retóricamente; ¿quizá porque es posible que la socialdemocracia no sobreviviera a un reset que necesitaría, para ser eficaz, ser un auténtico electroshock?, me pregunto yo.
También le parecen mal al señor González los referéndums como forma de volver a atraer a los ciudadanos hacia la política o favorecer su movilización y participación en el sistema: los referéndums son solo eficaces cuando lo que preguntas es sencillo de
expresar y decisivo para el futuro del país; con preguntas complejas no son confiables porque la gente no responde a
lo que le preguntan sino a lo bien o mal que le cae el que pregunta (!!). Pero sobre todo, se deduce, debido a la complejidad de cuestiones que sólo pueden manejar los estadistas como él (al estilo Bierce), simplificándolas y manejándolas convenientemente, como hizo en su histórica convocatoria del referendum sobre el ingreso de España en la OTAN.
Concluye su entrevista el señor González señalando: las respuestas demagógicas me inquietan. Y a mí; aunque en su caso, ha optado por sacudirse la inquietud asistiendo a los actos susanistas para el reseteo socialdemócrata. O para lo que sea que se escenifique en dichos actos; con el barullo la demagogia ni se nota.

Según Susana Díaz, candidata -por fin- a liderar el PSOE, en su partido no hay buenos y malos, todos somos una gran familia. Es comprensible esta apelación a la familia -por cierto, hace poco se oía la misma referencia a una gran familia en el congreso del PP; puede que se trate de la misma familia y que no se conozcan entre ellos, al ser tan grande- en alguien que ingresó en el PSOE con 17 años y continúa en él 25 años después: hay familias que duran menos. Aún así, procuremos obviar las reminiscencias mafiosas de la palabra familia aplicada a los partidos políticos y quedémonos con la definición de familia como grupo de personas emparentadas entre sí, convengamos también -aún sin ser maniqueos- que en toda familia, sobre todo si es grande, hay buenos y malos, o si lo preferimos hermanos y cuñados, padres y tíos; por ejemplo, ¿sabría alguien decir, en esa gran familia que es el PSOE, qué es Pedro Sánchez de Susana Díaz: hermano, primo segundo, cuñado...o ex de algún tipo, casi, casi, en las tinieblas exteriores extrafamiliares?, ¿quizá es Chencho, el menor de los hermanos, el mismo que se le perdía al abuelo (José Isbert) en las casetas de la Plaza Mayor en La gran familia? Esto último no lo creo, a los abuelos se los ha apropiado todos Susana, para hacerse la foto. ¡Que le den a Chencho! parece celebrar Susana, entusiasmada consigo misma.

Será porque es una de las pocas cosas en la que permanecemos adelantados, el horario, de nuevo hemos dejado a nuestro horario solar -el natural- dos horas atrás (más o menos, según se resida entre Cataluña y Galicia): al parecer nadie se cuestiona la supuesta eficiencia de una medida que, como debería ser más conocido, no tiene una base racional o científica sino puramente oportunista y política: al parecer Franco deseaba que España -corría el año 1940- estuviera totalmente sincronizada con el horario que regía en Alemania e Italia, aunque el Sol continuara llegando a España como siempre, o sea, al mismo tiempo que en la pérfida Albión. A pesar de que en la misma Orden del BOE en que se establece el nuevo horario se menciona (artículo 5º) que oportunamente se señalará la fecha en que haya de restablecerse la hora normal (reconociendo explícitamente la anormalidad de la hora impuesta) desde entonces nunca hemos vuelto a la normalidad horaria (una de las dos horas que ahora llevamos de adelanto sobre el horario solar) que impone nuestra situación geográfica.
Los numerosos estudios e informes realizados para justificar el otro adelanto horario (la segunda hora) en base al ahorro energético que supone han llegado a la conclusión de que cada familia podría ahorrar unos 6 euros al año, cifra que, por irrelevante, es fácil que se encuentre en el margen de error de las estimaciones y cálculos empleados: con parecida seguridad podríamos defender que supone un gasto añadido de 6 euros anuales.

Que no, que dice Livinio IV que no abandona su palacio, ese dúplex de casi 700 metros cuadrados en el que reside tan gustoso y del que no paga ni el alquiler, ni el agua, ni la luz -que ya ésto último por sí solo resulta un auténtico momio- ni tampoco el servicio de seguridad que comparte con los tapices de Goya. Porque Livinio Stuyck, aunque fué destituído -destronado- en 2002 como director regente de la Real Fábrica de Tapices que quebró bajo su dirección -mientras él se dedicaba a actividades reales tales como jugar al tenis, los empleados de la Fábrica estuvieron varios meses sin cobrar su nómina- y que tuvo que ser rescatada con dinero público en 1996, ha continuado viviendo en palacio, en su casa de toda la vida (en ella reside desde los años 40, con anterioridad, la Real Fábrica que era propiedad real desde 1889, fué incautada durante un breve período de tiempo por el gobierno de la República). Pensará que si la iglesia católica, por ejemplo, tiene derecho a exenciones -y que el resto de ciudadanos contribuyamos con nuestros impuestos a su sostenimiento- él, como descendiente de una dinastía que lleva en éste país casi tanto como los Borbones no tiene menos derechos que ellos, al menos a residencia gratuíta (quizá estime que se lo deben), y así a declarado su intención de resisitir numantinamente: que vengan, no les voy a entregar las llaves. Seguramente sabe que legalmente no tiene ninguna opción, pero tal como está la justicia en éste país, es muy probable que con su resistencia se garantice otros veinte años de okupa; pensará también que si ha vivido así durante 71 años, seguro que lo puede estirar un poco más, es decir, toda su vida. Y los descendientes que se busquen los garbanzos.
Decididamente, y aunque ya no se venda mucho el eslógan, España es diferente, es cierto: lo que aquí ocurre no es probable que ocurra en ninguno de los países occidentales y avanzados a cuyo grupo creemos pertenecer, por mucho que nos lo repitamos -o nos lo repitan- como un mantra; seguimos arrastrando rémoras prerevolucionarias (me refiero a la Revolución Francesa). A tres cuartos de siglo de la muerte de Manuel Azaña, su idea de un Estado Español republicano, laico y moderno sigue siendo no ya moderna, sino casi utópica.