sábado, 18 de junio de 2016

Un poco malos

En la presente campaña electoral Mariano Rajoy ha demostrado, una vez más, que domina el arte de lo aún más simple: mas allá de las indefinidas obviedades y lugares comunes que tan bien maneja -los platos, los vasos, el sentido común, los españoles muy españoles, de los que, al parecer, tenemos tantos que  nos sobran y los exportamos, etc.- ahora ha bromeado -eso dicen- sobre el hecho de que hay algunos españoles un poco malos, en alusión a sus rivales políticos, pero sin establecer niveles de maldad entre ellos, que de algunos seguro que piensa que son malotes-malotes. Pero los vamos a derrotar el 26 de junio, a todos, ha resumido; que alguien se preguntará, al escuchar éste lenguaje guiñolesco al hablar de los oponentes malos -para Rajoy los buenos son ellos mismos, lógicamente- si ahora el PP también hace campaña en las guarderías de infancia. Pues no, esas manifestaciones las ha hecho el presidente del PP durante una acto electoral en Granada y todos los asistentes eran de un tamaño entre terciado y orondo: pocos niños. Y es que a una semana del final de la campaña éste es el nivel de síntesis al que el señor Rajoy ha llegado; podría superarse pero se lo ha puesto a sí mismo francamente difícil.
En todo caso, lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos, como escribió Jacinto Benavente. Aunque en ésto de los malos estoy más con Mahatma Ghandi: no me asusta la maldad de los malos, me aterra la indiferencia de los buenos.

España y los españoles

Aunque creo que todos los países cuentan -sean muchos o pocos- con los naturales del mismo, para Rajoy tenemos una gran nación y, sobre todo tenemos algo que es muy importante, tenemos españoles; es difícil permanecer impasible ante una posesión de tal importancia -de vez en cuando nos redescubre que España está llena de españoles y no de canadienses, que digo yo que esto último sí tendría mérito- pero mucho me temo que eso sea todo lo que muchos españoles tienen: los unos a los otros; no sólo que haya millones que no tienen trabajo, -y de los que lo tienen, muchos no han dejado de ser pobres- sino que a toda una generación de jóvenes, los que por definición más futuro deberían tener, han visto frustradas sus expectativas de trabajo en su propio país y se han visto obligados a emigrar al extranjero, con lo cual hemos acabando teniendo menos españoles, y de los mejor preparados, precisamente. No todo ello, claro está, es mérito del señor presidente del gobierno, pero sus políticas no han contribuído a paliar las consecuencias del enésimo ajuste de un capitalismo salvaje y global, antes bien todo lo contrario, han contribuído a crear un desolador paisaje humano: los españoles pobres aumentan incluso cuando la economía de España crece.
Pero la base de las promesas electorales del señor Rajoy es, simplemente, más de lo mismo que ya ha demostrado su ineficacia e ineficiencia a los efectos que dice perseguir, y ha subrayado  que España tiene unas posibilidades enormes -aunque claramente son dudosas y precarias las posibilidades de los españoles de la España que él pueda legar- y que sólo hay que perseverar en las políticas desarrolladas en los últimos dos años. Cualquier cosa que diga no hará sino confirmar la insondable inteligencia emocional de alguien que es capaz de emocionarse en un campo de alcachofas. Aunque sean de Tudela.

sábado, 11 de junio de 2016

Patriotismo

Para El País  la reivindicación de la patria no es sino otro ardid de una estrategia populista que reclama aquellos significantes vacíos de contenido (patria, pueblo, gente, etcétera) que pueden contribuir a amalgamar detrás de sus siglas a aquellos que no se identifican con categorías políticas tradicionales. Para El País sólo es lícito hablar de patriotismo constitucional, no de patria ni de patriotismo (concepto éste último que confunde, a fondo, con patrioterismo); los patriotas constitucionales sí son para El País ciudadanos de pleno derecho y ellos -como patriotas buenos- son los titulares de la soberanía y de los derechos. En una democracia, todo ciudadano tiene que poder sentirse orgulloso de pertenecer a una comunidad política que respeta sus derechos y libertades y que organiza un marco de convivencia justo y respetuoso con su identidad, cualquiera que sea esta. Salvo, claro está, que no sean patriotas constitucionales y políticamente tradicionales -como es debido, en una palabra- en cuyo caso incurren, al menos,  en delito de populismo.
Vamos, que para el editorialista del El País el concepto patria viene a ser, sensu stricto, como aquello de que hacienda somos todos, un mero eslógan vacío de contenido y para uso exclusivo de patriotas -de los de pulserita rojigualda, cuentas bancarias en Suiza y offshores en Panamá- el cual, les permite engañar y robar más comodamente a la gente y al pueblo que, al latrocinio, deben sumar la conciencia de no ser personas ni tampoco ciudadanos tal y como teóricamente les reconoce la Constitución, sino meros significantes, igualmente vacíos de contenido. Y populistas, además.
Prosigue sin inhibiciones el editorialista y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, afirma rotundo de Podemos: este retorcimiento de los conceptos, ya visto en el intento de capturar la marca socialdemócrata, o en la pretensión de reclamar la soberanía frente a Europa y a la vez declararse europeísta, se traslada ahora a otra combinación imposible: el patriotismo plurinacional.  
No sé si sería posible que alguien hiciera comprender a El País que se puede simultáneamente ser europeísta y renegar de aquello en que Europa se está convirtiendo actualmente, o que España puede ser una y diversa; las Españas no es una denominación actual, sino bastante antigua, para denominar una realidad que siempre fué plural. Respecto a que alguien quiera capturar la marca de la socialdemocracia, en el PSOE deberían agradecer que alguien quiera recoger la marca de un corpus ideológico que desde ese partido han contribuído durante décadas a devaluar y a convertir, ésta vez sí, en un auténtico significante vacío de contenido.

viernes, 10 de junio de 2016

Para robagallinas

Seguimos soportando en éste país una justicia injusta; no es una opinión personal, es lo que afirmó recientemente el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes: tenemos una Ley de Enjuiciamiento Criminal que está pensado para el "robagallinas" pero no para el gran defraudador, no para los casos como los que estamos viendo ahora donde hay tanta corrupción, precisando: para la lucha contra la corrupción el sistema legal procesal no es el adecuado, sino muy defectuoso. He escrito recientemente, pero ésto fué ya hace casi dos años, nada se ha avanzado para corregir la situación desde entonces.
Para muestra, dos botones :
 1º) El Tribunal Supremo ha anulado la condena a un año de prisión que la Audiencia de Barcelona impuso a los antiguos responsables del Palau de la Música, Felix Millet y Jordi Montull en relación con el denominado caso Hotel del Palau (irregularidades en la tramitación urbanística de un hotel de lujo junto a la entidad cultural). El alto tribunal ha rechazado los recursos de la fiscalía, de la acusación particular y de la acción popular ejercida por una asociación de vecinos de Barcelona. La sentencia ahora anulada impuso a Millet y Montull un año de cárcel y el pago de multas de 3,6 millones y 900.000 euros, respectivamente, por los delitos de tráfico de influencias y ofrecimiento de cometerlos. Absueltos.
2º)Alejandro Fernández, de 24 años de edad, ha ingresado en la prisión provincial de Albolote (Granada), condenado a la pena de seis años de cárcel según sentencia del Tribunal Supremo por utilizar una tarjeta falsificada (y cargar en ella 79,20 euros); los delitos: pertenencia a banda organizada y estafa. Los hechos delictivos que se le imputan ocurrieron en 2010; claramente resultó ser el chivo expiatorio de los auténticos responsables de la banda. Ni antes ni después de los hechos se le imputa ningún delito a Alejandro, del que hoy dependen su padre, enfermo, y su pareja, con la que convive hace cinco años, en paro. Condenado, en prisión y pendiente de un posible indulto.
Lo dicho, justicia (que no lo es) y sólo para robagallinas.

miércoles, 8 de junio de 2016

La socialdemocracia aquí y ahora

A escasos cuarenta años de que el PSOE renunciara -por expresa voluntad de Felipe González- a reconocerse como marxista, ahora están bastante recelosos de que alguien les pueda arrebatar también la etiqueta socialdemócrata, de la que se consideran la única franquicia en España.
Pero es que ésto de las etiquetas autoadjudicadas nunca acaba de estar muy claro. Desde un punto de vista histórico, en su origen (1880-1914), el período clásico de la socialdemocracia coincide con la edad de oro del marxismo. La revolución soviética en Rusia (1917) tuvo entre sus consecuencias producir una ruptura dentro del marxismo entre posturas tradicionalmente revolucionarias y otras más orientadas al reformismo; éstas últimas conformarían la socialdemocracia de entreguerras. Tras el final de la segunda guerra mundial, la socialdemocracia europea abandonó formalmente el marxismo e intentó la acomodación a unas nuevas relaciones entre capitalismo y socialismo, de las que el PSOE se dió -le dieron- por enterado en 1979. Parece claro que en éstas relaciones el capitalismo cedió justo lo necesario -estado del bienestar, protección social, negociación laboral, etc.- para intentar demostrar a aquellos países que estaban bajo régimen nominalmente marxista que podía existir un capitalismo de rostro humano. Tras la caída de los regímenes comunistas en Rusia y el resto de países europeos de la órbita soviética, el capitalismo ha dejado de considerar necesarias para su supervivencia las concesiones sociales que en su día hizo y la socialdemocracia europea se comenzó a sentir sin la fuerza disuasoria prestada por la sombra amenazante del hermanastro comunista y actualmente le resulta más difícil cada día mantener las tesis y posturas de posguerra, es decir, el reformismo socialdemócrata. Es por ello que, cerrando el ciclo, la socialdemocracia de hoy se encuentra en el dilema de volver a las tradicionales tesis marxistas o desaparecer: ya no tiene ni siquiera la fuerza necesaria para plantear medidas reformistas dentro de un capitalismo salvaje y sin trabas. Y es por ello, también, que la etiqueta socialdemócrata podría adjudicársela hoy con más propiedad quien recoja y defienda los postulados del período clásico de la socialdemocracia.
A los que sonríen con suficiencia ante esta explicación y dicen considerar antiguas y obsoletas las tesis marxistas, siempre hay que recordarles lo obvio: más antiguo es el capitalismo y a pesar de lo irracional de sus presupuestos e imposible sostenibilidad, pocos podrán dejar de reconocer la fuerza con que continúa estrujándonos a todos, al tiempo que continúa esquilmando los recursos del planeta como si no fuera a existir un mañana. Que, continuando la esquilmación a este ritmo, desde luego que no.