jueves, 23 de marzo de 2023

Sumar


 

 

 

 

 

 

 

 

 

Actos de escucha

propone Sumar, 

que si fuera actuar

habría ruido y lucha

y eso no conviene 

a la jefa propuesta  

que está más dispuesta  

a ver si nos entretiene,  

mayormente discreta  

ante una razón de PESO, 

anagrama de eso:  

del partido de la jeta.

domingo, 19 de marzo de 2023

Pesadillas

Hay dos fobias/pesadillas/temores recurrentes en mí; la primera data de la niñez -de mi más tierna infancia si quiero empezar cursi- la segunda, como podrá comprenderse cuando la describa, de bastante más tarde (por cierto: utilizar el diminutivo pesadillas no me parece muy apropiado, pueden llegar a ser bastante pesadas, cuando no pesadotas, que diría un mexicano). 

La primera:

Se trata del ataque de una serpiente mientras hago uso del inodoro para mis deposiciones sólidas y, por tanto, no veo venir tal agresión hacia el orificio de mi desagüe natural trasero (perdón por un eufemismo tan rebuscado y pedante; procuro evitar escatologías (*) obvias y desagradables, que cada uno imagine); detalles que hacen más temible la pesadilla: la serpiente es pequeña, como el áspid que figura en los cuadros de Cleopatra suicidándose pero, en vez en vez de morder un apetecible pecho greco-egipcio, opta por introducirse en mí de un salto, a modo de Alien inverso, entrando, evidentemente, por el mencionado desagüe. Yo no lo veo muy atractivo para un áspid, pero tampoco conozco sus gustos y, en todo caso, así es la pesadilla. Debo señalar también, que lo desagradable y terrible es el acto en sí, no lo que ocurre después (que no recuerdo que nunca ocurra nada). Cualquier estudiante de psicología seguro que encontraría múltiples explicaciones -si aceptara que me explorara el inconsciente y aún sólo con suposiciones basadas en esta descripción- seguramente la mayoría de origen sexual. A saber.

La segunda:

En la vida real tengo la costumbre de enjuagarme con colutorio tras lavarme los dientes y las prótesis dentales -esqueléticas las denomina el odontólogo que me trata, y así se conocen, aunque suene algo lúgubre- que suplen, de alguna manera, las numerosas piezas dentales que han abandonado mis quijadas; tras ello, escupo el colutorio en el inodoro, en lugar de en el lavabo que parece lo natural porque es donde lógicamente me lavo los dientes; ¿por qué?: lo ignoro, las costumbres son muy suyas y no suelen dar explicaciones. En la pesadilla, esta costumbre es rematada con la pesadilla propiamente dicha: al arrojar el colutorio, arrojo de paso -involuntariamente- las dos prótesis esqueléticas que caen unas veces en algo que no es precisamente agua transparente y de donde en mi desesperación de desdentado tengo  que recuperarlas hundiendo mis manos en lo que, ya digo, no es agua transparente y otras desaparecen por el sumidero del inodoro sin necesidad de que el agua de la cisterna las empuje; lo cual no es, a todas luces, lo mejor que le puede ocurrir a una prótesis dental -esquelética o no- y no digamos a su dueño.

Y ahora lo peor; -ya se sabe que aunque las cosas estén mal siempre pueden empeorar- últimamente he fundido las dos pesadillas en una: la serpiente, a la que nunca veía -dada mi postura- ahora, milagrosamente, la veo ¡portando en su boca mis prótesis esqueléticas!; sí, también es milagroso que le quepan en la boca por mucho que algunas  serpientes tengan la capacidad de dislocar sus quijadas para tragar presas grandes: será que quiere tragarme a mí entero -que tampoco es tan grande mi boca- o bien me parecen mis prótesis esqueléticas pero son una copia a escala áspid: las pesadillas también son muy suyas y, además, la realidad no las limita. Yo qué sé.

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(*)...curiosa palabra que sirve tanto para hablar de excrementos como del más allá; no sé que pensar de esta coincidencia, sobre todo creyendo que las coincidencias no existen.

Tizarro

Me llamo Pedro Tizarro Andrés; me dí cuenta -hace bastante tiempo- de lo inusual de mi primer apellido; el corrector ortográfico me lo subraya ahora, nada más escribirlo, por si se me había olvidado. Consultado ese apellido en el INE, el buscador me contesta que No existen habitantes con el apellido consultado o su frecuencia es inferior a 5 para el total nacional o por provincia; o sea, que no teniendo hermanos, sin tíos o primos paternos que yo sepa y habiendo fallecido mi padre, es estadísticamente improbable, incierta o inverificable mi propia existencia (en este país, al menos). En el buscador de internet sí he encontrado alguna empresa (en México) y algún Tizarro más en redes sociales, aunque en ambos casos ignoro si utilizado como apellido, seudónimo o simple nombre comercial.

Ya puede suponerse que este apellido me ha costado y me cuesta infinidad de aclaraciones -Tizarro con t, no Pizarro, diferenciando exquisitamente las tes de las pes- previas y posteriores a mi identificación personal verbal en cualquier ámbito, así como cantidad de errores documentales contra los cuales he luchado prácticamente toda mi vida, de tal manera que me planteé de joven la posibilidad de cambiarlo por Pizarro para evitar ese tipo de problemas. Mi padre entendía que lo hubiera hecho -a él le ocurría lo mismo, evidentemente- pero no lo hice como muestra de respeto hacia él y cuando murió ya ni me lo planteé o quizá ya me había acostumbrado y había acostumbrado a mi entorno cercano, amigos y conocidos a mi peculiaridad y acabé por apreciarlo como una forma sutil de inconformismo, singularidad o rebeldía. Supongo que igual le ocurrió a mi padre, aunque, curiosamente, nunca hablamos mucho del tema.

No tengo hijos -que hubieran heredado el problema- así es que supongo que éste morirá conmigo. Y, para entonces, apellidarme Tizarro ya tampoco será un problema para mí.

viernes, 17 de marzo de 2023

Los relojes digitales siempre atrasan

Así es, cuando son las 6 y casi un minuto, cualquier reloj digital sin segundero continuará mostrando, recalcitrante, las 6:00 (con segundero también atrasaría, aunque sólo un segundo; por cierto, con los termómetros digitales ocurre lo mismo, pero peor: el tiempo siempre va en un sentido, la temperatura puede ir en los dos); volviendo a nuestro reloj: cuando lo miramos no sabemos si son las 6 y un segundo o las 6 y cincuenta y nueve segundos (aunque la mayoría de las veces esa diferencia es intrascendente).  Ello es debido, naturalmente, a que un reloj digital trunca, no redondea los decimales; digamos que la notación digital es una aproximación escalonada -y del tamaño de esos escalones o intervalos depende, precisamente, la calidad de esa aproximación- de una realidad continua, pero siempre con un margen de error igual -como máximo, menos mal-  al intervalo o escalón elegido; pues sí, la tecnología analógica mide mejor: es más análoga a esa realidad.

No es que ésto demuestre que cualquier tiempo pasado fue mejor.  Aunque, a veces, sí. O según para qué.