En una de las primeras obras de lo que ahora se llama Ciencia Política, hace 350 años, su Primeros Principios de Gobierno, David Hume escribió:
“Nada parece más sorprendente para aquellos que consideran los asuntos humanos con un ojo filosófico, que la facilidad con la que los muchos son gobernados por los pocos; y la sumisión implícita, con la que los hombres renuncian a sus propios sentimientos y pasiones por los de sus gobernantes. Cuando inquiramos por qué medios se realiza esta maravilla, encontraremos que, como la Fuerza está siempre del lado de los gobernados, los gobernantes no tienen nada que los apoye sino la opinión. Por lo tanto, el gobierno se basa únicamente en la opinión; y esta máxima se extiende a los gobiernos más despóticos y militares, así como a los más libres y populares”.
La fuerza está, en efecto, del lado de los gobernados, sobre todo en las sociedades más libres. Y más vale que no se den cuenta, o las estructuras de autoridad ilegítima se desmoronarán, las estatales y las privadas.
Estas ideas se fueron desarrollando a lo largo de los años, sobre todo por parte de Antonio Gramsci. La dictadura de Mussolini comprendió bien la amenaza que representaba. Cuando se le encarceló, el fiscal anunció: “Debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años".
Por recordar lo evidente -aunque se trate continuamente de escamotearnos el elefante delante de nuestras narices- y sólo por intentar que algún cerebro continúe funcionando y razone razonablemente (que no es ninguna redundancia): el nexo de unión entre goberanantes y gobernados es -hace tiempo- la propaganda, no la razón.
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