Rodrigo Rato -¡qué imagen, la suya entrando en prisión; nuestro reflejo como país!- ha pedido perdón a la sociedad; o, por ser más exacto y citando sus propias palabras: Asumo los errores que haya podido cometer y pido perdón a la sociedad y
a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas o afectadas; sin embargo, se da la circunstancia de que los errores a que se refiere son, simultánemente, delitos, razón por la cual entra en la cárcel (no sería lo mismo que hubiera cometido, por ejemplo, un error al elegir su bañador, eso todavía no está penado) y, además, puntualizar que no se trata de errores (delitos) que haya podido cometer (que, a saber), sino de errores (delitos) que ha cometido, al menos desde el punto de vista judicial; por último, aclarar que la sociedad -o sea, todos los españoles- sería un conjunto que englobaría también a las personas decepcionadas o afectadas (o que se sintieran así) por Rodrigo Rato. Sí, a lo que parece, el señor Rato procura asumir suavemente el correctivo, al menos desde el punto de vista lingüístico, practicando el eufemismo diluyente. Lo mismo le ha ocurrido a todo un gobierno en pleno, consternado por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.
Ambos deben estar con el dicho de que no cuesta nada ser educado; pero, en tratándose de lo mollar -o sea, de lo que sí cuesta, del dinero- no he oído al señor Rato mencionar, ni por asomo, que piense devolver lo robado (que esa sí sería una excelente forma de hacerse perdonar por la sociedad a la que robó) ni tampoco al gobierno que, tras su consternación, tenga algún plan de actuación para dejar en suspenso el negocio de la venta de armas al gobierno de Arabia Saudí (de hecho, nos hemos informado de todo lo contrario, se deben haber desconsternado ya; ésto de la consternación debe ser como guardar unos minutos de silencio).
Vamos, en ambos casos, versiones del consabido perdona, pero aguanta.