Para un rey, lo más parecido a morir es abdicar; tradicionalmente
incluso lo primero evitaba lo segundo. Por otra parte, es sabido que en
éste país morir nos mejora muchísimo de forma inmediata. La consecuencia
de ambos hechos ha sido una avalancha de desmedidos elogios a la figura
del rey Juan Carlos, cuando es de todos conocido -y no me refiero a
noticias de la prensa rosa- que en su trayectoria política abundan los
claroscuros y no sólo beatífica luz radiante; claroscuros producto de
una particular -y familiar- manera de entender el papel de rey
constitucional y que poseen incluso un verbo propio para definirla: borbonear.
Así pues, dejemos -la clase política, sobre todo- que la historia juzgue su figura y actuación, dejemos los panegíricos para mejor ocasión y empleemos mejor el tiempo poniéndonos manos a la obra y encarando los problemas para sacar al país de su postración, que falta le hace.
Así pues, dejemos -la clase política, sobre todo- que la historia juzgue su figura y actuación, dejemos los panegíricos para mejor ocasión y empleemos mejor el tiempo poniéndonos manos a la obra y encarando los problemas para sacar al país de su postración, que falta le hace.
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