¡Cómo no indignarse y comprender a los que se indignan y lo hacen saber!. Ayer, en el debate sobre el estado de la Nación se representó el enésimo acto de la perpetua representación teatral en que consiste básicamente el discurrir de lo que la clase política entiende por política. El mensaje apocalíptico y dramático -pero de teatro malo- de Mariano Rajoy -"O yo o el Diluvio"- se vio contestado por una reafirmación también dramática -y también olvidable- de los números que según el presidente del gobierno justifican su actuación en sus siete años de mandato. Remataron ambos el acto con fórmulas de cortesía -deseándose personalmente y a sus respectivas familias lo mejor de lo mejor- que recordaban, un vez más, teatro del malo. Para otra ocasión, o quizá para nunca, el debate de ideas de uno u otro lado que encaren con inteligencia el evidentemente necesario cambio de modelo social y económico que permita un futuro viable para nuestro país. Y por lo que respecta al cambio que dicen que nos aguarda, en el que el PP se verá elevado a los altares del poder, estoy convencido de que sobra la o disyuntiva: será él y el Diluvio, simultáneamente.
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